A escala 6 x 1 e os trabalhadores
Texto: Elaine Tavares
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Es saludable tener en cuenta y guardar en la memoria las implicaciones que ha tenido la Doctrina Monroe para nuestros pueblos, más aún cuando actualmente la potencia del norte se está confrontando con otras potencias emergentes de fuera de la región, especialmente China y Rusia, y sigue rigiéndose por sus preceptos.
Este 2 de diciembre se cumplieron 200 años de la enunciación de la Doctrina Monroe, piedra angular de la política de Estados Unidos hacia América Latina. La premisa que consideramos ha guiado a este país en sus relaciones con América Latina a través de su historia, que cristalizó en el concepto germinado en la cabeza de John Quincy Adams, y que fue formulada políticamente por el quinto presidente de los Estados Unidos, James Monroe, en 1823, fue la de “América para los americanos”.
El estadounidence Abraham Lowenthal, considera que: “(…) la idea del hemisferio occidental —según la cual los países de América Latina y el Caribe, junto con Estados Unidos y Canadá, son un conjunto aparte del resto del mundo, con valores e intereses compartidos— ha sido una premisa fundamental de la postura general estadounidense respecto de América Latina”.
En sus inicios, la premisa monroísta tuvo un carácter anticolonialista, pero en corto tiempo, conforme los Estados Unidos se fueron transformando en una potencia expansiva e imperial, su significado y sentido cambiaron. Entonces, la doctrina Monroe asumió un contenido distinto al original que, según el historiador Carlos Oliva, “en esencia se trata de la percepción de la pertenencia para sí del Sur del hemisferio (…), lo cual se fue construyendo paulatinamente en las sucesivas etapas históricas, hasta llegar al establecimiento de su sistema de dominación continental”.
La doctrina parte del supuesto de ser un pueblo y un país predestinados a alcanzar y conducir determinadas metas no solo para sí, sino para toda la humanidad, lo que se encuentra expresado en la doctrina del destino manifiesto, la cual sirve de base al expansionismo y que apela al resguardo del interés y la seguridad nacional.
Al respecto, Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de Estados Unidos, conocido también como “padre del expansionismo norteamericano”, ya había dicho en 1809 refiriéndose a la Constitución de los Estados Unidos, que “nunca antes había existido una Constitución tan bien calculada como la nuestra para un imperio extenso”. Para Jefferson, “la consolidación de los Estados Unidos como ´imperio de la libertad´ y la democratización de su sistema político exigían la expansión territorial”.
El cambio de naturaleza de la doctrina Monroe fue sintéticamente expresado en el llamado Corolario Roosevelt, que fue formulado ante el Congreso por el presidente Theodore Roosevelt en el discurso del Estado de la Unión, el 6 de diciembre de 1904, en el que se afirma que, si un país latinoamericano o del Caribe amenaza o pone en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o empresas estadounidenses, el gobierno de Estados Unidos está obligado a intervenir en los asuntos internos del país “descarriado” para reordenarlo, restableciendo los derechos y el patrimonio de sus ciudadanos o sus empresas. Esto supone, en realidad, una carta blanca para la intervención de Estados Unidos en América Latina, y establece de facto derechos de carácter neocolonial sobre la región.
La Doctrina Monroe y Centroamérica
La expansión de las originales trece colonias británicas, una vez independientes, hacia el oeste, pero especialmente luego de incorporar California a la Unión, plantearon a los Estados Unidos la ingente necesidad de encontrar vías rápidas y seguras hacia la costa del Pacífico, por lo que inmediatamente pusieron los ojos sobre los istmos de Tehuantepec, Panamá y Nicaragua, dadas las dificultades para cruzar el territorio continental norteamericano.
El primer obstáculo que se encontraron para cumplir este objetivo en Centroamérica fue la Gran Bretaña, que poseía la colonia de Honduras Británica (actual Belice) y un protectorado de límites difusos que abarcaba desde el cabo Gracias a Dios hasta el río San Juan en Nicaragua, en donde debía estar la salida del canal al mar Caribe. La disputa entre los Estados Unidos y Gran Bretaña por la construcción y dominio de una vía de tránsito a través del istmo durante el siglo XIX, muestra la importancia geoestratégica mundial de Centroamérica para las grandes potencias, y explica por qué los países en donde esta vía podía ser construida provocó la constante atención de los Estados Unidos, incluyendo su presencia militar.
Hacer un recuento de la influencia política determinante y de las intervenciones militares de Estados Unidos en Centroamérica sería muy largo, aún si solo hiciéramos una puntual recopilación de hechos. Recuérdese entonces solamente algunos de los hitos que, desde el siglo XIX, han hecho patentes el espíritu monroísta en el istmo: la invasión de William Walker a Nicaragua en 1855; la ocupación de ese mismo país entre 1912 y 1934 en la que destaca la oposición heroica de Augusto César Sandino; el cruento golpe de Estado de 1954 al gobierno constitucional de Jacobo Árbenz en Guatemala; la guerra de baja intensidad contra Nicaragua entre 1980 y 1990 para derrocar al gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional y la invasión a Panamá de diciembre de 1989.
Es saludable tener en cuenta y guardar en la memoria las implicaciones que ha tenido la Doctrina Monroe para nuestros pueblos, más aún cuando actualmente la potencia del norte se está confrontando con otras potencias emergentes de fuera de la región, especialmente China y Rusia, y sigue rigiéndose por sus preceptos.
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