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Fidel o la política como arte de la solidaridad

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Por IELA em 29 de novembro de 2016

Fidel o la política como arte de la solidaridad

Luis Alvarenga: escritor

Uno se diría que es difícil ponerse a escribir sobre alguien como Fidel y su múltiple legado, si hay muchos, y mejor dotados, que ya lo han hecho. Pero también es cierto que en nuestro contexto la derecha mediática toma su muerte como pretexto para denigrarlo y atacar a la revolución cubana. Y es cierto también que, si el legado de Fidel es múltiple, será una tarea de muchos valorarlo críticamente y procesarlo.
Se enredan los dedos en el teclado al intentar escribir una frase; comienzan, entusiastas ante lo que podría ser una expresión prometedora, pero después se retractan y borran lo apenas esbozado, para luego seguir en el intento de expresar muchas cosas, ideas, sentimientos, impresiones, que se vienen a la cabeza y al corazón. Pero podríamos comenzar diciendo una cosa: Fidel le dio a la política, al menos en Latinoamérica, un significado distinto. Alguien la definió como el arte de lo posible. Algunos entendieron que lo posible era lo conveniente para pocos, y entonces la política se transformó para ellos en voluntad de poder, razón de estado, cinismo, avaricia. Pero Fidel entendió este arte de lo posible como el arte de abrir posibilidades donde antes sólo había impedimentos. No vamos a enumerar los diferentes desafíos que enfrentó la revolución cubana, desde la toma del Moncada -cuando la derrota de ese puñado de jóvenes se transformó en esperanza- hasta el presente. En cada uno de esos desafíos -el bloqueo, el período especial y un largo etcétera- aportó Fidel la sabiduría política y moral para poder salir adelante. 
En cada uno de esos desafíos, ha prevalecido un modo muy propio de acción política. Una acción política en la que la finalidad de la defensa de la revolución ha estado garantizada por medios inspirados en la solidaridad. Si la defensa de la revolución ha implicado defender el poder alcanzado, este poder no es un medio en sí mismo, sino que tiene implícita la dignidad humana. Eso es la política como arte de la posibilidad, pero también como arte de lo posibilitante. En el contexto del capitalismo, en el contexto, incluso, del socialismo burocrático real, la defensa del poder en momentos de crisis se da en menoscabo de la dignidad humana. Si hay crisis económica, lo primero que se hace es recortar la inversión en salud, en educación, en vivienda. Si hay crisis política, lo primero que se hace es hacer oficial el ya existente estado de sitio. El legado de Fidel ha consistido en hacer ver que, ante una crisis, lo primero que se hace es preservar el valor de la vida y defender la salud, la educación y la cultura, que son los elementos que posibilitan la vida.
Para esto ha sido necesario una perspectiva realista, es decir, una perspectiva de análisis de la realidad desde un horizonte ético. Ello proviene de un subsuelo cultural e histórico, que tiene mucha relación con las luchas anticoloniales del siglo XIX, con el pensamiento de Martí y con una historia colectiva de resistencia que abarca a figuras revolucionarias como Mella. Todo ello se expresa, poéticamente hablando, en el himno cubano. Este subsuelo es lo que hace posible el surgimiento de Fidel y el hecho de que no haya sido una voz solitaria que clama en el desierto, sino un catalizador para un proyecto histórico hecho por tanta gente. 
Ese análisis de la realidad desde un horizonte ético es lo que ha hecho que la política internacional de Cuba haya sido la política de la solidaridad, expresada en ayuda humanitaria a países que han afrontado todo tipo de catástrofes, y en ayuda política a países que han luchado por su liberación. No nos detendremos a enumerar lo que esto ha significado en ambos terrenos para El Salvador. Solamente apuntaremos que ello muestra que la política es el arte de la solidaridad para alguien como el dirigente cubano y es eso lo que ha quedado impregnado en su sociedad. 
Vendrán nuevos desafíos históricos para Cuba y para Latinoamérica. No hay sentimiento de orfandad, ni de desconcierto. Hay gratitud, pero también madurez para aquilatar lo que Fidel hereda y hacerlo germinar. Es “ese sol del mundo moral”, que diría Cintio Vitier, lo que tenemos en las manos.

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