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Venezuela: una cuestión democrática glocal

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Por IELA em 20 de fevereiro de 2019

Venezuela: una cuestión democrática glocal

“Las guerras son peleadas por pozos petroleros y estaciones de carbón. Por el control de los Dardanelos o del Canal de Suez; por cosechas coloniales a las que se pueda comprar barato y mercados conquistados a los que se pueda vender caro. La guerra es el capitalismo, pero sin guantes”. Tom Stoppard
Al finalizar el siglo XIX, las exigencias de los acreedores internacionales entramparon a Venezuela. Las grandes potencias de la época: Gran Bretaña y Alemania, en noviembre de 1902 enviaron un ultimátum para satisfacer sus reclamos. El gobierno de Caracas, al no conseguir más recursos -aun imponiendo nuevos impuestos y entregando sus ingresos aduaneros- propuso negociaciones por separado a los acreedores.
Los acreedores ignoraron la respuesta venezolana y a principios de diciembre enviaron sus flotas. El país fue bloqueado por la flota anglo-germano-italiana hasta febrero de 1903. Resultado: los pocos barcos venezolanos, destruidos; y, Puerto Cabello, La Guaira y Maracaibo, bombardeados. Las tropas extranjeras desembarcaron para proteger a sus connacionales y a sus intereses de la “tiranía extranjera”, como diría -para justificar la acción imperial- el canciller imperial alemán el príncipe Bernhard Heinrich Karl Martin von Bülow (todo esto en el contexto del gobierno del presidente-nacionalista Cipriano Castro, opuesto a varias empresas extranjeras que financiaron una guerra civil para defenestrarlo entre 1901-1903; hasta que fue derrocado por quien sería el dictador que inauguraría la Venezuela petrolera: el “benemérito” Juan Vicente Gómez).
Más de un siglo después vuelven a Venezuela las sombras de una posible invasión imperial; agresión que, como en otros rincones del mundo, busca justificarse bajo el lema de “traer libertad y democracia…”. El asunto parece local. Y lo es, en cuanto la cuestión sobre cuál es el presidente legítimo de Venezuela les atañe a los venezolanos y a nadie más. “Un análisis de la situación en Venezuela más allá de los lugares comunes”, como propone Decio Machado, permite afirmar que internamente el conflicto
“hace tiempo dejó ser una cuestión de ideología o de clase. Venezuela se ha convertido en un Estado mafioso en el cual su cúpula dirigente se enfrenta con una oposición que también responde a intereses claramente espurios, apoyado por unas potencias que continúan con una línea de injerencia y reproducen una historia de siglos de dependencia.”
En efecto, sobre el país caribeño chocan cada vez con más fuerza “los sables” y “las chequeras” de las grandes potencias del momento (EEUU, China, Rusia e incluso la Unión Europea). Esa injerencia de potencias extranjeras -tanto en la oposición como el gobierno- hace que la explosiva situación interna tenebrosamente pierda su carácter local.
Sin detallar el conflicto actual y rechazando cualquier injerencia imperial -venga de donde venga- cabe preguntarse por una explicación profunda de la situación. En ese largo lapso desde el bombardeo europeo, y en especial al finalizar la Primera Guerra Mundial, Venezuela se consolidó como periferia petrolera estratégica (sobre todo para EEUU). Peor aún, si tomamos los datos de Carlos Mendoza Pottellá, actualmente el pueblo venezolano carga sobre sus hombros la “maldición” de que en su país se encontrarían las mayores reservas hidrocarburíferas del mundo. “Maldición” que otros rincones del mundo tristemente la han sufrido derramando sangre inocente.
Ya nadie duda a estas alturas que la tragedia venezolana encuentra muchas explicaciones en esta dependencia del “excremento del Diablo”, como definió al petróleo el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo (1903-1979), uno de los creadores de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) y quien marcó una época en el manejo petrolero de su país. Desde el control de los asfaltos hace cien años por parte de la “New York & Bermúdez Company”, subsidiaria de la General Asphalt, con sede en Filadelfia, la voracidad por los hidrocarburos venezolanos nunca ha dejado de crecer. Y en el último tiempo ha aparecido un redoblado apetito tanto transnacional como de mafias locales por sus recursos minerales, como sucede de manera terrible en la cuenca del Orinoco.
A la par de la desesperación por acceder a dichos recursos -o mejor digamos de la mano de esas apetencias-, los gobiernos venezolanos parcialmente han sacado alguna tajada para el país. Sin embargo, sea obteniendo o no una mayor participación en la renta petrolera, dichos gobiernos en varios momentos (o casi siempre), consciente o inconscientemente, han sido funcionales a las demandas de alguna facción del poder económico internacional. El gobierno de Hugo Chávez, que hace veinte años despertó alguna esperanza de cambio de esa realidad, al menos en el discurso, también quedó atrapado en la lógica de “la maldición de la abundancia” y de la funcionalidad a los intereses de grandes capitales transnacionales (entre rusos, chinos y demás, e incluso norteamericanos).
El manejo político inicial del gobierno de Chávez, junto con los enormes ingresos por exportaciones petroleras, que poco después aumentaron a la par del creciente precio del crudo, le permitieron desplazar del poder y prevenir el mantenimiento de grupos y fracciones de poder, que tradicionalmente habían lucrado de la riqueza hidrocarburífera y que incluso controlaban el manejo de la actividad petrolera hasta el Paro Petrolero en el 2003. Recursos cuantiosos se destinaron a ampliar la cobertura social -desde una lógica compensadora y clientelar- en varios ámbitos, teniendo en la mira a sectores tradicionalmente excluidos. De paso, se justificaban con estas inversiones sociales las “bondades indiscutibles” de los extractivismos, que se aceleraron mientras se postergó la superación del -de por sí limitadísimo- desarrollo industrial e inclusive agrícola del país.
Esta disputa voraz por aprovechar la renta de la Naturaleza y sostener el poder, obligó al gobierno a asignar cuantiosas sumas de dinero para reforzar sus controles internos incluyendo la represión a los opositores, frenando y debilitando las iniciativas comunitarias de los primeros años. Dentro de esa jugada, grupos de las fuerzas armadas del país se beneficiaron de las rentas petroleras a cambio de mantener su respaldo al régimen. En especial, con Maduro en el poder luego de la muerte de Chávez, la represión adquirió un tinte brutal que, junto con la caída de los ingresos petroleros, transformó al “clientelismo” político en un burdo uso de la fuerza y del chantaje. Así, al ahogar la participación ciudadana sobre todo el madurismo terminó por vaciar la democracia, tendencia irreversible por más consultas repetidas hechas al pueblo en las urnas.
En semejante escenario, en vez de generar alternativas auténticamente democráticas, las oposiciones en su mayoría obtusas y entreguistas, ahondaron el clima de violencia política existente. De hecho, tanto gobierno como oposición no han tenido reparo, en su momento, de utilizar al propio pueblo como carne de cañón en medio de pugnas políticas violentas que cada vez se acercan más a un enfrentamiento civil.
Con esto arribamos a una explicación profunda: en la periferia capitalista, el hiperextractivismo -y la consecuente falta de transformación estructural- camina de la mano del hiperpresidencialismo, que cobija y alimenta el autoritarismo y la corrupción. O en palabras de Eduardo Gudynas, “las distintas asociaciones entre extractivismos y corrupción se articulan entre sí, derivando hacia situaciones que erosionan la calidad de la democracia”, ahondando la violencia consustancial a los extractivismos (situación vista también en otros países extractivistas, con gobiernos conservadores o progresistas, como es el caso de Ecuador y sus patologías de la abundancia).
Más allá de una que otra acción y discursos soberanistas, en definitiva, la dependencia del petróleo y los minerales en la periferia capitalista suele engendrar gobiernos caudillistas. Esto debilita las instituciones del Estado encargadas de hacer respetar las normas y fiscalizar al gobierno; carcome las reglas y la transparencia, alentando la discrecionalidad en el manejo de los recursos públicos y los bienes comunes; exacerba los conflictos distributivos por las rentas entre grupos de poder, consolidando a largo plazo el rentismo -y patrimonialismo-, subordinando clientelarmente aún más a aquellos sectores populares excluidos y sin poder de negociación sobre las rentas extractivas; alienta las políticas cortoplacistas y poco planificadas de los gobiernos, disminuyendo la inversión y el crecimiento económico; y hasta distorsiona la estructura productiva interna, con patologías económicas como la “enfermedad holandesa” u otras.
Y son estos gobiernos hiperpresidencialistas los que atienden de manera paternalista y clientelar las demandas sociales obteniendo recursos de la ampliación de los extractivismos, configurando el caldo de cultivo para nuevas conflictividades sociopolíticas y ecológicas. Tal como se constata con el fin del reciente ciclo de gobiernos progresistas, no se enfrentaron estructuralmente las causas de la pobreza y marginalidad, menos aún la matriz productiva primario exportadora y dependiente (más cuando se toma en cuenta que muchos sectores burgueses que se “enchufan” al proyecto clientelar de hecho lucran de la dependencia y el estatus quo). Igualmente los significativos impactos ambientales y sociales, propios de estas actividades extractivistas a gran escala, aumentan la ingobernabilidad, lo que a su vez exige nuevas respuestas represivas…
En este complejo entorno emerge el actual conflicto venezolano. Las presiones e intereses del imperialismo occidental chocan con las del imperialismo de oriente, como Rusia y sobre todo China. Como plantea Emiliano Terán Mantovani, “China es también responsable de la crisis venezolana actual”; Rusia tampoco se queda atrás con los multimillonarios préstamos entregados (e incluso con las importantes ventas de armamento al país caribeño). En palabras de Emiliano, la larga ruta de reformas legales, normativas, políticas y medidas económicas en Venezuela han ampliado las fronteras de extracción petrolera y minera (sobre todo para beneficio de los capitales chinos); dando cada vez más cabida a formas de acumulación neoliberal, lo que él llama el Largo Viraje.
Dicho esto, es evidente que la crisis de Venezuela es funcional a las potencias de los múltiples imperialismos que hoy se disputan el mundo (en lo que podría ser una “nueva guerra fría”).  Así, tras los discursos por la “democracia”, la “libertad” y el “bienestar” del pueblo venezolano están los viejos y cochinos intereses imperiales, favorecidos -aunque no sea de manera expresa- por gobiernos extractivistas. Hasta se podría pensar que la acción de los gobiernos “progresistas” terminó volviéndose parte de todo un proceso de entreguismo al imperialismo de oriente, tal como en su momento los gobiernos neoliberales hicieron en beneficio del imperialismo de occidente.
Semejantes caminos nos retornan al punto de partida. Afrontamos un asunto glocal: tanto local como global. La respuesta local demanda la libre determinación del pueblo venezolano -tal como plantea incluso en medio de una situación cada vez más conflictiva y polarizadas entre otras agrupaciones la Plataforma Ciudadana en Defensa de la Constitución. Acción local que necesita combinarse con una acción global de solidaridad internacional que facilite ese proceso interno, alejando las tenazas imperialistas en marcha -como demanda un nutrido y destacado grupo de intelectuales y organizaciones sociales de diversas partes del planeta. En definitiva, precisamos una acción glocal que permita reconstruir, desde dentro -sin injerencias imperiales, así como sin gobiernos títeres o usurpadores- la democracia, la esperanza y la paz en Venezuela.-
[1] Alberto Acosta es economista ecuatoriano. Profesor universitario. Ministro de Energía y Minas, enero-junio 2007. Presidente de la Asamblea Constituyente y asambleísta noviembre 2007-julio 2008.
 
 

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