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Centroamérica: ¿hacia dónde vamos?

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Por IELA em 15 de julho de 2019

Centroamérica: ¿hacia dónde vamos?

Milhares de pessoas fogem todos os dias

No debemos fingir sorpresa frente al curso de los acontecimientos en Centroamérica, porque al actual estado de cosas hemos llegado tras numerosas advertencias, plasmadas en informes, libros e investigaciones académicas, ante las que nuestras dirigencias y grupos de poder político y económico permanecieron impávidos, interesados únicamente en sus negocios y el engorde de sus cuentas bancarias. 
En la antesala del bicentenario de la independencia que celebraremos en el año 2021, Centroamérica experimenta una compleja situación política, social, económica y ambiental, sin precedentes en los poco más de 30 años transcurridos desde la firma de los Acuerdos de Paz a finales de la década de 1980. Migración, exilio económico y represión política; explotación y precarización laboral; aumento de la desigualdad y la pobreza, impunidad y corrupción; profundización del extractivismo y violación de los derechos humanos y ambientales, son solo algunos de los signos de este tiempo que vivimos, en el que la realidad parece ir dejando ya poco aliento para alimentar esperanzas de transformación y cambio social.
Como lo explicó el maestro Edelberto Torres Rivas después del golpe de Estado en Honduras en 2009, las sociedades centroamericanas se sumergen, a velocidad acelerada, en el abismo de las “democracias malas”: es decir, el de la construcción de sistemas políticos que devienen en un simple “culto de las formas”, de los procedimientos que maquillan de legitimidad el relevo de las élites que ejercen el poder, pero que tiene cada vez menos sentido para “los millones de ciudadanos que habitan el sótano del edificio [social], desinformados y sin interés por lo público, ahogados en una carencia de los bienes que otorgan un mínimo de dignidad a la vida, enfermos, analfabetos, sin trabajo ni protección objetiva por parte del Estado”. Diez años después de publicadas aquellas reflexiones, y a la luz de las distintas crisis que recorren la geografía regional, sin visos de solución en el corto plazo, el diagnóstico del sociólogo guatemalteco resulta inobjetable.
Ahora bien, no debemos fingir sorpresa frente al curso de los acontecimientos en Centroamérica, porque al actual estado de cosas hemos llegado tras numerosas advertencias, plasmadas en informes, libros e investigaciones académicas, ante las que nuestras dirigencias y grupos de poder político y económico permanecieron impávidos, interesados únicamente en sus negocios y el engorde de sus cuentas bancarias. 
Sin ir más lejos en la búsqueda de ejemplos, basta con recordar que en el año 2012 la Fundación Friedrich Ebert publicó un estudio de prospectiva estratégica titulado Brújula Centroamérica 2021, en el que proyectó tres escenarios posibles para la región: el primero, optimista, imaginaba una Centroamérica que “comienza a ser vista en el mundo multipolar de la tercera década del siglo XXI como una región comprometida con los Derechos Humanos, la diversidad cultural y a la sostenibilidad de sus recursos naturales”;  el segundo, que ponía énfasis en las tendencias más fuertes en nuestros países, visualizaba una Centroamérica que “avanza a tientas y resiente la poca profundidad de las bases de su desarrollo humano”,  a la que sólo “medidas paliativas y algunos acuerdos prioritarios la han salvado del desmembramiento”.
El último escenario alertaba sobre la posibilidad de que caer en una zona de derrumbes: “En el año 2021 Centroamérica se cae a pedazos y se puede afirmar con contundencia que desaprovechó su bono demográfico, con lo que las oportunidades futuras para el desarrollo sostenible de la región están gravemente diezmadas durante la primera mitad del siglo XXI”, rezaba el informe. En su análisis prospectivo, los investigadores de la Friedrich Ebert señalaban varios elementos que  hoy están en el centro de la crisis política, especialmente en el Triángulo Norte, donde a los problemas socioeconómicos se suma una sostenida presencia militar de los Estados Unidos: “se ha profundizado la intervención externa en los países del norte y centro de la región, en medio de una creciente balcanización de estos territorios. Las elites trataron a toda costa de preservar sus privilegios, pero la magnitud de las amenazas hace prever que ningún actor saldría ileso. El bloqueo político para otorgar más representación a los sectores excluidos se ha convertido en un arma de doble filo, ya que el descontento social hacia los partidos políticos tradicionales, aunado a la violencia, amenazan derribar la fachada de institucionalidad estatal en la mayoría de los países. En al menos un país se anuncia para los próximos meses la entrada de una misión internacional de paz, y cada vez es más difícil para varios gobiernos concluir siquiera el período constitucional”.
Las caravanas de migrantes hacia los Estados Unidos, la vulnerabilidad frente a los fenómenos ambientales del cambio climático, o el agotamiento del modelo de desarrollo neoliberal –como lo evidencia el caso costarricense-, también hacían parte del escenario de derrumbe centroamericano: “Los países de mayor desarrollo, pese a las fuertes restricciones, no pueden contener los flujos migratorios de los países del norte de Centroamérica. La capacidad para enfrentar los desafíos del deterioro ambiental y del cambio climático es menor a la exhibida en 2010 y, en general, los Estados están descapitalizados por los bajos niveles de recaudación y el por el control clientelar de los escasos recursos públicos. Incluso la estrategia de inserción internacional, basada en bajos costos salariales, se ha visto afectada por los crecientes niveles de violencia y de conflictividad social, mientras que la economía informal avanza a paso creciente ante el desplome de la inversión y de la capacidad estatal para garantizar seguridad social”.
Este futuro, con su acento pesimista, es un retrato bastante fiel de nuestro presente.
Lo que se impone hoy, frente al consumado fracaso de las dirigencias políticas, es resistir a la fatalidad y recuperar el sentido de esperanza: juntarnos todos y todas, organizaciones políticas, movimientos sociales, activistas y academias comprometidas, con un enfoque regional y no fragmentado, para debatir nuestros problemas y soñar los futuros posibles de Centroamérica, y los caminos para avanzar hacia ese horizonte utópico. Necesitamos, pues, reencontrarnos para volver a soñar y luchar juntos. Para discutir hacia dónde vamos y hacia dónde queremos ir como pueblos. El bicentenario de la independencia nos da un motivo para hacerlo. No dejemos pasar esa oportunidad. Acaso no tendremos otra.
 
Publicado originalmente em Con Nuestra América

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