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Cambalache electoral en tierras ecuatorianas

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Por IELA em 05 de fevereiro de 2021

Cambalache electoral en tierras ecuatorianas

 
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor
¡Ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador!
¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos (¡Qué va a haber!), ni escalafón
Los inmorales nos han igualao
Enrique Santos Discépolo, Cambalache
 
 
– La peor de las crisis, ¿y la peor de las elecciones?
Al igual que en otros rincones del globo, en el Ecuador el proceso de representación electoral cae a pedazos. Sobre todo, en las últimas elecciones (presidenciales de 2017, seccionales de 2019 y presidenciales de 2021) no se ven alternativas – ni candidaturas – capaces de enfrentar seriamente los problemas del país andino. Entre esos problemas destaca un estancamiento económico iniciado en 2015 (cuando murió el boom de precios de los commodities) combinado con mayor desempleo y subempleo, una dolarización incierta que parece sostenerse con imparable deuda externa, y demás problemas incluso estructurales. Para colmo, la crisis del coronavirus en 2020 transformó ese estancamiento en tragedia y colapso: hay más de 40 mil personas fallecidas por encima del promedio histórico de los últimos años (Ecuador registra uno de los peores datos de muertes per cápita a nivel mundial durante la pandemia, siendo Guayas una de las regiones más afectadas) mientras que el Producto Interno Bruto ha caído en casi 9% (contracción incluso peor que en la crisis financiera de 1999).
 
En medio de semejante tempestad, el Ecuador se hunde cual barquito de papel sin que las elecciones de 2021 ofrezcan alguna luz. Pese a existir el mayor número de candidatos presidenciales de la historia republicana (16 candidaturas), ninguna corriente, ningún candidato, ningún plan de gobierno, se ha tomado la molestia de analizar seriamente el momento histórico que vive el país, y que vive Latinoamérica, pues muchos problemas que hoy enfrentamos como región nacen de las raíces de nuestra condición dependiente y periférica (mucho más en tiempos de recomposición de los centros capitalistas mundiales). Más de 1.500 propuestas se han planteado en los planes de gobierno y alrededor de la mitad no tiene ni un mínimo sustento.
 
– Cuando da lo mismo ser caradura o polizón 
Sin duda, la “improvisación” y las “contradicciones” serán las ganadoras de las elecciones ecuatorianas. Solo miremos a un candidato de “derecha” – como el banquero Guillermo Lasso – que ofrece subir el salario mínimo. También hay un candidato de “izquierda” – como Yaku Pérez – que ofrece eliminar impuestos al capital extranjero y mira con buenos ojos los tratados de libre comercio (TLC) con Estados Unidos. Y para completar la escena, hay un candidato del correísmo – como Andrés Arauz – que a más de posiblemente estar vinculado en casos de corrupción y manejo turbio de deuda externa, propone medidas “milagrosas” (otorgar inmediatamente mil dólares a un millón de familias) que terminarán ampliando la deuda externa y generando problemas monetarios si no se acompañan de auténticos programas redistributivos (como un impuesto al patrimonio, cambios en las estructuras de propiedad, desconcentración de mercados, nacionalización de sectores estratégicos, una real reforma agraria, y otros temas urgentes pero casi ignorados por estas fuerzas políticas).  
Y mejor ni hablar de los intentos – de todas las candidaturas, no solo de las aquí mencionadas – por alcanzar a un electorado joven con trivialidades desde las redes sociales, usando lógicas que parecen incluso malas copias de personajes como Trump o Bolsonaro (se normaliza la democracia electoral como espectáculo), y con planes de gobierno que en algunos casos hasta se les ha encontrado plagios de lo más burdos. En otras palabras, de nuevo el Ecuador vive un proceso de elecciones asfixiado en un mar de propuestas que casi no tienen ni gota de profundidad (más allá de temas interesantes pero aislados y que solo han quedado en el papel). Claro, esta situación no sorprende, pues así funciona la política cuando hasta la “democracia” cae en la lógica mercantil: no importan las esencias, solo importan aquellas formas que “venden” y que las mayorías desean escuchar y “comprar” con un voto (mayorías que han sido inducidas a tener miedo hasta a la libertad, como diría el Gran Inquisidor de Dostoievski). 
A su vez, las principales fuerzas políticas que pugnan por ganar un espacio en el Palacio de Carondelet arrastran sombras que dejan muchas dudas sobre cómo actuarán sus futuros gobiernos: cómo olvidar los enormes procesos de concentración de capital avivados por el correísmo, junto con varias medidas neoliberales, incluyendo la firma de un TLC con la Unión Europea (a más de toda una década de desperdicio de bonanza petrolera); cómo dejar de lado la – nada inocente – participación del banquero Lasso durante varios gobiernos, incluyendo aquel que fue cómplice del feriado bancario de 1999, o su influencia en el desastroso gobierno de Lenín Moreno (aunque en campaña el banquero ha tratado de desentenderse); cómo aceptar una candidatura “de izquierda” que, si bien mantiene un discurso ecologista que merece mención, sin embargo por sus ansias de triunfo ha adoptado un discurso camaleónico y coqueto con varias élites (al punto de exacerbar profundas divisiones internas del movimiento indígena).  
Para colmo, en la recta final electoral, han surgido simpatías peculiares (como el posible apoyo del banquero Lasso a Yaku Pérez si este último llega a una segunda vuelta) (recordemos que en política ninguna palabra se otorga gratis), mentiras audaces (como las ofertas de Lasso o Arauz de millones de vacunaciones contra el coronavirus, en tiempos récord, o distorsionando la buena voluntad de otros países), y hasta indignantes concentraciones masivas de todos estos candidatos en plena pandemia del coronavirus, junto con un indolente llamado a elecciones cuando gran parte del sistema sanitario del país está colapsado: ¿acaso la “inmunidad de rebaño” significa que los borregos políticos – de cualquier corriente – son inmunes? 
Paradójicamente esta excesiva carga de contradicciones ha afectado a las propias posibilidades reales de los candidatos. La capacidad crítica y autocrítica ha sido eliminada en nombre de los resultados, incluso de aquellas candidaturas de las que más se hubiera esperado apertura y diálogo. La lucha por cada voto se ha vuelto encarnizada. Se habla de que el voto duro correísta (de entre 20 y 30%) aseguraría a su candidato al menos un puesto en la segunda vuelta. El candidato banquero, dicen, se ha ido desinflando. Y el discurso camaleónico de la candidatura de Yaku Pérez al parecer le está sumando votos, a costa de perder consistencia ideológica (¿importa la ideología cuando el objetivo es ganar una elección?). Además, el voto nulo, el ausentismo por miedo al contagio de COVID-19 y la indecisión generan tanto ruido que tocará esperar hasta último minuto para conocer resultados; incluso, aún rondan los fantasmas del fraude luego de toda la polémica surgida de las elecciones de 2017. 
En resumen, el Ecuador está atorado entre dispersiones, polarizaciones, repolarizaciones o, mejor dicho, en un auténtico cambalache electoral donde nuevamente “se dan la mano el fraile y el comunista”, como diría el caudillo Velasco Ibarra en alusión a la revuelta de 1944 (La Gloriosa). Y mientras ese cambalache se acentúa, va quedando en el olvido una de las pocas expresiones de auténtica y radical democracia que vivió el país en sus últimos tiempos: las revueltas de octubre de 2019 y el posterior intento de construir una propuesta económica alternativa y popular desde el Parlamento de los Pueblos. Atrás quedó el espíritu de lucha y resistencia, atrás quedaron las barricadas construidas en defensa de intereses populares, atrás quedaron las calles donde varios alzamos la voz en contra de las élites… ahora domina una campaña donde se premia a quién mejor baila en TikTok. 
– ¿Síntomas de una oscura transición? 
La decadencia del sistema de “democracia representativa” se acentúa. El Ecuador a lo sumo es una expresión más de un fenómeno que, con sus variantes, es visible prácticamente en toda Latinoamérica (y quizá en todo el mundo occidental). Y sin duda que la condición dependiente y periférica de nuestros pueblos vuelve aún más grotesca a la caricatura de democracia que legitimamos en procesos electorales cada cierto tiempo. A eso cabe agregar que el mundo capitalista vive tiempos de transformación.  
Quizá, como sugiere Byung-Chul Han, con el tiempo China termine ofreciendo a Occidente una “nueva forma” de organización política, con mayor capacidad para disciplinar y controlar a la sociedad: ¿qué tipo de democracias surgirán cuando las guerras imperialistas del siglo XXI empiecen a dar como ganador al bando asiático una vez que salgamos de la pandemia del coronavirus?, ¿cómo le irá al mundo dependiente-periférico cuando sus cambalaches electorales se combinen con el uso de herramientas de control social vía inteligencia artificial (en algunos casos tal combinación ya es una realidad)?, ¿tendrá sentido seguir hablando de “democracia”? Si parecen exageradas estas dudas, vale la pena dar un vistazo a varias de las prácticas ya vigentes en tiempos del capitalismo de la vigilancia…
 
Por esa razón, para algunos (entre los que me incluyo) el voto nulo ha terminado siendo de las mínimas salidas – penosamente bajo las mismas reglas del juego – para expresar la oposición a un sistema cuya representatividad y legitimidad cada vez son más un espejismo que una realidad. Es decir, si para inducirnos al consumo de mercancías ya se emplean técnicas y se recogen datos en magnitudes que ni siquiera podemos dimensionar, ¿no es de esperar algo similar al momento que vamos a “votar libremente”? Pero, obvio, el voto nulo en sí mismo no es nada si no se acompaña de lucha en las calles y la permanente organización popular.
 
En todo caso, por ahora la incertidumbre domina. Pese a ello, es bueno evitar que el caos cortoplacista haga perder nuestra comprensión del futuro. La decadencia de la democracia liberal burguesa puede que termine dando un justificativo a las élites para, en algún momento, consolidar la transición del mundo capitalista occidental hacia estructuras de poder “más ordenadas”, pero enfermas de mayor oscuridad. 
 
 

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