Operação Águia – Aliança para o Progresso (E 10)
Texto: Camila Feix Vidal - IELA
Aguarde, carregando...
ECONOMIA Y POLÍTICA EN CHILE: UNA NOTA.
José C. Valenzuela Feijóo (1).
“Imposible enriquecerse honestamente. Pero, ¿y si se ha heredado de sus padres? Objetarán algunos. Pues bien: se habrá heredado lo adquirido deshonestamente.”
Juan Crisóstomo.
I.- El clima social.
En Chile, el descontento (a veces la rabia) empieza a extenderse y también a manifestarse: masivas luchas estudiantiles, luchas por el medio ambiente, por la salud, por los derechos indígenas, etc. Y si bien estas luchas han comenzado a deslegitimar al sistema neoliberal en boga (2) , no es menos cierto que el poder real (medido a escala nacional) de estos movimientos es todavía muy insuficiente. Tampoco es clara la perspectiva de largo plazo que pudieran manejar: son más bien inmediatistas y poco coordinados entre sí. Algo que no debería extrañar pues se trata de movimientos iniciales y relativamente novedosos: rompen con la “pax chilensis” heredada de la dictadura y, muy probablemente, sean los embriones de futuras y más radicales fuerzas políticas.
En ellos, predominan capas medias empobrecidas (y endeudadas) y segmentos asalariados nuevos (sector terciario). En cuanto a la clase trabajadora más tradicional (gran industria) su participación ha sido menor: tal vez sea, por ahora, el gran ausente.
Por arriba, todavía impera ese condominio compartido entre la Concertación (del todo olvidada de sus viejos ideales y, en los hechos, impulsora del neoliberalismo) y la Derecha tradicional. A semejanza de lo que sucede en Estados Unidos entre republicanos y demócratas, en el país lo único que disputan es quien representa mejor a la clase dominante. Semejanza de propósitos no significa identidad: la Concertación es más sensible a los derechos humanos y al manejo de las políticas sociales asistenciales como mecanismo de legitimación del régimen.
En el 2009, la presidencia fue ganada por la derecha tradicional y pinochetista, encabezada por Sebastián Piñera, un empresario muy poderoso y que en las lides económicas era conocido por su falta de escrúpulos. El de Piñera viene siendo un gobierno dirigido directamente por empresarios (en política, muy poco eficientes) y que no se caracteriza por manejar convicciones democráticas sólidas. De palabra, éstas se proclaman pero se mantienen la Constitución y los candados que impusiera Pinochet. Y cuando las protestas se agudizan, son consistentemente reprimidas (estudiantes, pueblos aborígenes, sindicatos, etc.) Asimismo, se profundiza la escandalosa dictadura mediática que tipifica al país. Todos los diarios que subsisten son de derecha, lo mismo sucede con las cadenas de televisión y en la radio (salvo una) se repite el panorama. También llama la atención: en las radios, más de la mitad responden a diversas sectas religiosas (católicos, mormones, evangélicos, etc.) y pululan los programas que recomiendan ungüentos y “pomadas” milagrosas, la preparación para “un más allá venturoso”, para evitar el sufrimiento, por la reforma y la bondad de las almas, etc. Por el lado de la TV, se observa una dura competencia en términos de vulgaridades e idioteces. En términos generales, todo apunta a una especie de gigantesco programa destinado a enajenar, adormecer e idiotizar a la población. En especial, a los segmentos medios y más pobres.
En este período la voracidad empresarial –la infinita sed de lucro- alcanza niveles increíbles y arrasa con cualquier barrera legal, moral y humana. Al dios dinero, ese “poderoso caballero”, todo se pliega y subordina. La regla de conducta pareciera ser: si logro dinero, todo lo que he hecho, incluso el crimen, está plenamente justificado. En el último tiempo, los escándalos de corrupción aparecen en cascada. Manuel Cabieses ha escrito sobre la “inmoralidad congénita del sistema” y señala que “no es casual la seguidilla de escándalos que revelan la corrupción que, en todas sus formas, está convertida en práctica cotidiana de los sectores dominantes del país. Por desgracia se trata, también, de un fenómeno que se extiende como mancha de aceite contaminando al conjunto de la sociedad. La avidez insaciable y la falta de escrúpulos para acumular grandes fortunas de que hacen gala los ricos, contagia también a muchos pobres y sectores medios que luchan por sobrevivir en una realidad implacable con los más débiles. Se ven empujados a competir en los círculos del abuso, la prostitución, el microtráfico o, simplemente, la delincuencia. A vender su alma y su conciencia para obtener un lugar en la sociedad. El modelo neoliberal que nos gobierna desde hace casi 40 años, ha modelado a su imagen y semejanza un tipo de sociedad cuyo norte es el lucro y a la que no importan los métodos para alcanzar la máxima ganancia, única medida del éxito. (3)”
Hay otro aspecto que llama la atención y se refiere a una especie de “cultura” o estilo que se viene desplegando: la imitación grotesca y de caricatura de lo que se supone es el estilo de vida americano. Más precisamente, el de Miami y no el de vg. Boston. En el siglo XIX Blest Gana en su célebre novela “Los trasplantados” dibujó muy bien un fenómeno más o menos análogo: el tiempo en que la “fronda aristocrática” hablaba en francés y estaba dispuesta a cambiar una provincia o más de Chile por un “pisito en París”. Hoy, el fenómeno es más masivo y encadena a las capas medias (y hasta de más abajo), las que se desgañitan por hablar en inglés, no para leer a Mill o a Shakespeare (al que no han leído y confunden con una batidora) sino para sentirse “in”, creerse ya incorporados al alto mundo globalizado, el de los “líderes” que viajan en jet privado. Al de las estrellitas (o más bien putitas) de la farándula de Miami. Se cree que el idioma eleva el status y el prestigio, que puede ocultar la real situación de clase del hablante. Como para recordar a la “chica del Crillón”. El caso es patético pero nos revela un colonizaje cultural de la peor especie y el nivel que alcanza la enajenación en el Chile actual.
II.- Paréntesis: lucro, capitalismo y capital financiero.
La feroz voracidad y sed de lucro que campea en la economía y sociedad chilenas suscita una crítica que no debe entenderse como puramente moralina.
Lo primero a entender y subrayar es que las motivaciones subjetivas de los empresarios capitalistas se explican no por seudo propensiones personales más o menos innatas, sino por las leyes objetivas y estructurales del sistema. Es decir, hay relaciones sociales que organizan la conducta y pasan a exigir los valores y configuraciones subjetivas que permiten cumplir bien con la estructura de roles del caso. Si consideramos al sistema capitalista en su plano más general, tenemos que bajo este tipo de configuración social, “el motivo propulsor y la finalidad determinante del proceso de producción capitalista son, ante todo, obtener la mayor valorización posible del capital” (4). En este sentido, que los capitalistas busquen el mayor lucro (ganancias) posible es algo perfectamente normal. Si no lo hicieran, serían una especie de “pájaro raro” y dejarían de ser capitalistas, algo así como un ladrón que nunca robara (5) .
Si así son las cosas nos debemos preguntar: ¿en qué consiste el afán de lucro neoliberal? ¿Cuál es su especificidad? Para el caso, podemos apuntar que, por las mismas características más intrínsecas del modelo neoliberal y de la fracción clasista que lo comanda, tenemos que emergen dos rasgos básicos:
1.- Las ganancias (plusvalía) se buscan más por la vía de la apropiación que de su producción.
Recordemos: el capital comercial y el financiero se mueven en el espacio circulatorio, el cual es estéril en términos de producción de valores. En su movimiento, estos capitales se saltan el espacio de la producción y, por lo mismo, no producen valor ni plusvalor. Estos, sólo pueden aparecer y ser generados por la actividad del capital productivo (industrial en especial). El cual, se mueve con cargo a un ciclo del tipo:
Do Mo ………………..Producción……………………M1 D1
Do = capital o inversión inicial; Mo = mercancías que funcionan como capital productivo (fuerza de trabajo y medios de producción); M1 = mercancías producidas; D1 = ingresos por ventas.
En lo cual, en términos de valor, se establecen ciertas relaciones, como Do = Mo ; D1 = M1;
D1 > Do.
El incremento (o “agregación”) del valor transcurre en el proceso de producción y, por ello, se logra que D1 > Do, en que la plusvalía = (D1 – Do). Por eso se dice que la producción de la plusvalía es misión del capital productivo. En cuanto al “capital dinero de préstamo” (o capital bancario) su movimiento es del tipo Do AF D1 = Do ( 1 + i ).
En que i = tasa de interés; AF= activo financiero (capital ficticio); I= intereses cobrados; AF=Do; D1 = AF + I ; I = i (KF). En este caso, el movimiento del capital no atraviesa por la fase de producción, la que le resulta del todo ajena. Por lo mismo, surge la impresión (falsa impresión) de que la ganancia (o masa de intereses cobrados) brota del dinero per-se, al cual se le termina por atribuir una especie de propiedad mágica, la de engendrar por si mismo más dinero (6). Es lo que Marx denominaba el fetiche del capital dinero. Lo cierto es que las ganancias que obtiene este tipo de capitales sólo pueden provenir del excedente, cuyo lugar de origen reside en el espacio de la producción. Y son apropiadas con cargo a determinados mecanismos de transferencia que se ponen en juego.
Valga agregar, con el crédito surgen los mercados financieros en que se transan activos y pasivos financieros. En estos, la incertidumbre y la especulación juega un papel mayor y el valor de estos activos financieros (acciones, bonos, diversos títulos de deuda como vg. las hipotecarias, etc.) es bastante fluctuante, lo que da lugar a posibles ganancias a partir de las diferencias que pueden darse entre precios de venta y de compra de dichos activos financieros. Son las “ganancias de capital” en torno a las cuales gira una parte cada vez mayor de los giros del capital financiero. En este espacio, la lejanía con la esfera de la producción es aún mayor y es quizá donde emergen los mayores engaños y trapacerías (7).
De lo expuesto, podemos suponer que, en estricta lógica económica, los capitales localizados en el espacio de la producción, deberían ser los dominantes. No obstante, en el patrón de acumulación neoliberal este principio es subvertido y el orden jerárquico normal queda “patas arriba”, pues los capitales que pasan a dominar son aquellos que no producen plusvalía aunque sí se apropian de ella. Y lo hacen, llevándose la parte del león.
El problema que esto acarrea no es menor: mientras mayor sea la succión, para una masa de plusvalía dada, menor será la parte que le queda al capital productivo. Con lo cual, éste tendrá dificultades para expandirse. Pero si el sector productivo industrial no crece, la fuente de la plusvalía tampoco lo hará y, a la larga, esa fuente se seca y el sistema, en su conjunto, se desploma. El problema se puede postergar en tanto el modelo es capaz de aumentar más y más la tasa de plusvalía. Pero si los trabajadores asalariados reaccionan, rompen su pasividad y logran impedir ese desfalco (algo que en Chile se puede estar iniciando), el recurso a una mayor tasa de explotación también se agota. Para el sistema capitalista y su desarrollo –para su reproducción histórica- esta situación es peligrosa. El muy agudo Keynes, que nada tenía de socialista, lo advirtió bastante bien: “cuando el desarrollo del capital se convierte en subproducto de las actividades propias de un casino, es probable que aquél se realice mal” (8). Por lo mismo, llegó a hablar de la “eutanasia del rentista” como algo necesario. Marx, operando con una perspectiva política muy diferente, escribía que “el sistema de crédito (…) genera una enorme centralización de capitales y confiere a esta clase parasitaria un poder fabuloso que le permite no sólo diezmar periódicamente a los capitalistas industriales sino inmiscuirse del modo más peligroso en la verdadera producción, de la que esta banda no sabe absolutamente nada y con la que no tiene nada que ver.” (9)
2.- Uso indiscriminado de factores extra-económicos.
El capital industrial, una vez establecido y consolidado (pasada su fase de acumulación originaria), tiende a recordar sus orígenes luteranos (y hasta puritanos) y suele alejarse de las trampas y tiende a comprender que su rentabilidad va asociada a controles de calidad, incrementos en la productividad del trabajo, incorporación de nuevas tecnologías, etc. El capital financiero-especulativo, por su parte, vive en una especie de perpetua fase de acumulación originaria: es tramposo, usa a destajo el engaño, trata de evadir regulaciones y leyes, etc. Los “enjuagues bursátiles” son pan de cada día y en ellos se gasta una imaginación y audacias que son tenebrosas y gansteriles (10). La cantidad de ejemplos acumulados en los últimos años, en Chile y en otras partes del mundo, es abrumadora y nos ahorra mayores argumentos.
III.- La economía.
En el universo neoliberal, no pocos creen que el caso chileno es como la joya de la corona. Fuera del país, es lo que predica la banca internacional (11). Al interior, las cosas no tienen nada de maravilloso, pero este lado de la moneda es ocultado por la prensa internacional. El crecimiento económico ha sido más o menos aceptable, la distribución del ingreso es extremadamente desigual – el Chile de hoy es tan oligárquico como el del siglo XIX (12) – y la economía muy dependiente y, vista en perspectiva, estructuralmente frágil. En lo que sigue trataremos de explicar, muy simplificadamente, este asunto de la fragilidad del modelo.
Como espacio económico de inversión se vienen privilegiando sectores improductivos (comercio y finanzas), inmobiliarios, comunicación y recursos naturales susceptibles de exportar. En casi todo, con alto peso de la inversión foránea. En los hechos, el aperturismo neoliberal ha conducido a una extranjerización extrema de la economía y a una especie de reedición del modelo primario-exportador decimonónico. Como los recursos naturales no son renovables, a la larga (larga no significa “pasado-mañana”) este modelo debe colapsar.
Una burguesía lúcida no esperaría a este final. Mucho antes, debería reorientar la asignación de los recursos desde los segmentos primario-exportadores a la industria de transformación y en ésta, desarrollar la capacidad exportadora. Este cambio no es fácil: exige un desplazamiento en el bloque de poder, a favor de la gran burguesía industrial y en contra del capital financiero, una fuerte intervención estatal y una mutación sustantiva en la ideología neoliberal dominante (13). Hasta hoy, se siguen anulando los eventuales y muy tímidos intentos (olvidados por la misma Concertación) para avanzar en esa dirección.
El relativo éxito del modelo también conspira contra su cambio. El PIB ha crecido a ritmos relativamente altos (en el orden del 4-5% a partir de 1974) aunque en el último período esos ritmos tienden a disminuir. La alta desigualdad en la distribución del ingreso (mucho mayor en términos patrimoniales) no se ha alterado, pero como el crecimiento ha sido alto, los de abajo también han aumentado sus ingresos. En breve, la pobreza absoluta disminuye pero se mantiene la relativa. La tasa de plusvalía (ingresos del capital sobre ingresos de los asalariados productivos) es bastante alta: gira en torno a 4.5. Si suponemos, conservadoramente, que esta tasa de plusvalía es igual a 4.0, tenemos que el excedente equivale a un 80% del Ingreso Nacional (o Valor Agregado total). ¿Qué se hace con este excedente, cuánto de él se acumula? Si suponemos que la inversión neta equivale a un 16% del Ingreso Nacional (lo que se asocia a un coeficiente de inversión bruta del orden de 24-26%), tenemos que se acumula sólo un 20% de la plusvalía total que genera el sistema. ¿Qué sucede con la parte restante, cómo se utiliza? Se aplica a usos improductivos (mantención de actividades improductivas como comercio, finanzas, publicidad, gasto militar y policial, etc.) o fluye como transferencias de excedente al extranjero. Podemos, en consecuencia, hablar de una combinación nada estimulante entre una alta tasa de explotación y un gran despilfarro del excedente generado. Algo que es consustancial a los modelos neoliberales. En otras palabras, hay un alto potencial de crecimiento, pero este potencial es desaprovechado.
La moraleja es clara: cuando se indaga en los sustratos menos visibles del proceso, los “éxitos” del autodenominado “tigre” se tornan bastante discutibles. Además, como luego veremos, el modelo opera con una fragilidad estructural y una tendencia a la descomposición que no es menor. Entretanto, en lo visible, se viene mostrando como dinámico y expansivo.
La expansión no se limita a las fronteras nacionales. También se extiende hacia afuera. Hoy los capitales chilenos logran posiciones importantes en muchos países de América Latina. Con lo cual, valga observar, se refuerza la imagen de un capitalismo “dinámico y triunfador”. Para mejor entender este movimiento, conviene indagar un poco más en la dinámica interna del proceso y en las contradicciones que la determinan.
Para mejor entender el punto partimos con un supuesto simplificador muy grueso (a levantar luego): no existe un sector exportador. En este marco, el crecimiento del sector financiero dominante, que no olvidemos es improductivo, tropieza muy pronto con límites estructurales: para seguir creciendo necesita apropiarse de más y más excedentes (plusvalía). Pero como el sector productivo crece muy poco, su capacidad para producir plusvalía es baja. Luego, si se le sigue succionando la plusvalía que produce, muy pronto llegará a quedarse en cero, seco de plusvalía. O sea, colapsa y con ello debe arrastrar al conjunto del sistema. ¿Hay salidas a esta situación? Si las hay.
La primera, implica que los excedentes disponibles por el segmento improductivo financiero, se apliquen fuera del país. O sea, surge la exportación de capitales improductivos (cadenas comerciales, bancos, agencias de publicidad) y la succión se empieza a aplicar al sector productivo de otros países (Perú, Ecuador, Argentina, etc.). Al cabo, en estos países debería también emerger el problema ya mencionado, lo que daría lugar a una ruta de migración incansable y casi infinita (amén de que los capitales provenientes de Chile no son los únicos que se mueven con tales propósitos. También hay muchos otros, de muchos otros países). En todo caso, en el ínterin el mecanismo funcionaría por un periodo nada corto.
La segunda salida nos lleva a levantar el supuesto antes hecho: sí existe un sector primario-exportador. De aquí la sed y ansiedad del sistema por encontrar recursos naturales que se puedan exportar. En lo cual, el empresariado chileno ha mostrado una gran capacidad de búsqueda para rastrear el territorio entero del país, como un auténtico “perro de caza”. El problema que encuentra esta ruta de salida –amén de la obvia de que los recursos naturales no son infinitos- reside en la actual situación internacional. Una economía mundial con lentos ritmos de crecimiento, o simplemente estancada (14), se debe asociar a una demanda externa que crece poco o nada. En consecuencia, el potencial sector exportador deja de ser atractivo como espacio de inversión.
IV.- El bloque de Poder.
En el modelo neoliberal la fracción capitalista que encabeza el Bloque de Poder es el capital financiero-especulativo, el que lucra por la vía de los intereses y las ganancias de capital (especulación bursátil). La lógica económica que caracteriza a este capital provoca efectos de descomposición social que terminan por inundar al conjunto de la sociedad. Valga aquí recordar el juicio de Marx. Refiriéndose a un periodo de la historia de Francia en que dominaba el capital financiero, escribe que “se repetía en todas las esferas, desde la corte al cafetín de mala muerte, la misma prostitución, el mismo fraude descarado, el mismo afán por enriquecerse, no mediante la producción sino por medio del escamoteo de la riqueza ajena ya creada (…); en las cumbres de la sociedad (…) se propagó el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las leyes de la misma burguesía. Desenfreno en, que por ley natural, va a buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego y de la especulación (…). La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpen proletariado en las cumbres de la sociedad burguesa (15).”
La sociedad chilena no ha escapado a este impacto. Como ya apuntamos, en las cúpulas económicas y gobernantes, la trampas, los sobornos (“coimas”) y sinvergüenzadas, se convierten en algo cotidiano y se llega a crear la imagen de que las ganancias brotan de esos artilugios y manejos sucios y no del proceso de producción per-se. En la realidad, el excedente, que es la fuente de todas las ganancias, sólo puede surgir en el espacio de la producción. Pero el capital financiero, que es improductivo, es capaz de apropiarse de buena parte de ese excedente (o plusvalía). Por lo mismo, como se apropia de lo que no produce, se debe caracterizar como un capital parásito.
En este marco, resalta la gran hipocresía de la clase dominante: mientras se desgañita hablando a favor del “libre mercado” y en contra de la intervención estatal, en su práctica no vacila en usar descaradamente la palanca estatal (lícita o al margen de la ley y de la moral más elemental) para engrosar sus bolsillos.
En el bloque de poder la burguesía exportadora es también decisiva. Opera, con tres rasgos claves: a) está estrechamente imbricada con el capital extranjero; b) se asienta en la explotación de recursos naturales: exporta materias primas o productos semi-manufacturados con un bajo grado de elaboración: maderas, conservas, pescados, vinos, etc.; c) la capacidad exportadora está bastante diversificada. Es decir, son muchas las empresas que participan en el negocio exportador y no tantas las que operan en exclusividad para el mercado interno. Aunque, con el paso del tiempo, surgen procesos de centralización de capitales que son más o menos inevitables.
Los recursos naturales operan como una ventaja productiva (menores costos de producción respecto a otros productores), que deriva en renta del suelo (renta diferencial), la que unida a salarios bajos (a escala internacional), determina el poder competitivo de esos productos y permite superar el impacto de una política cambiaria que premia las importaciones y castiga a los exportadores. También aquí, esa capacidad exportadora responde más a la calidad de los recursos naturales que al desarrollo de grandes capacidades productivas que sean inherentes a las empresas del sector. Se genera así, una especie de vocación rentista que en algo se parece a la situación de los antiguos terratenientes chilenos (mediados del siglo XIX) exportadores de trigo. O bien, a la situación que en Venezuela generó la exportación de petróleo. En estos casos se accede a muy altos ingresos sin un gran esfuerzo de producción y, luego, buena parte de esos ingresos, se aplica en el consumo suntuario y no en la acumulación productiva. También hay diferencias en la situación actual: i)los empresarios de hoy son “más burgueses” (i.e. más calculadores, más racionales, más orientados al beneficio); ii) vienen demostrando una gran capacidad en el espacio de la comercialización; iii) asimismo, parecen auténticos “perros de presa” al buscar posibilidades de exportación (nuevos productos, nuevos mercados).
En uno y otro caso, el del sector financiero-comercial y el del exportador, más en el primero que en el segundo, podemos detectar la ausencia de capacidades productivas sólidas y avanzadas. De seguro hay muchos y muy buenos actuarios y economistas financieros, pero muy pocos ingenieros industriales; muchas agencias de publicidad y de mercadeo, pero muy pocos laboratorios y centros experimentales. Por lo mismo, la racionalidad que se difunde es formal: se trata de adecuar medios a fines, casi en abstracto, como un problema matemático de máximos y mínimos condicionados. Pero muy poca racionalidad sustantiva y material, la que exige la manipulación y control de los procesos físicos, químicos y biológicos. Es decir, de la producción propiamente tal. De aquí también, el desprecio político al desarrollo de universidades y centros de investigación que sean sólidas en materia de ciencias básicas. Y dicho sea al pasar: si en este ámbito impera el lucro corto-placista, la física y la química (si es que llegan a existir) sólo se verán en el pizarrón, nunca en los laboratorios experimentales. En un mundo neoliberal como el descrito, la naturaleza se ve como algo que se puede vender para ganar dinero pronto, no como algo a investigar y conocer en profundidad. Y que, por ende y por esta vía de su conocimiento a fondo, el hombre llegue a ser capaz de dominarla y utilizarla a favor de una vida más plena y más libre.
V.- Algo más sobre la articulación económica del bloque de poder.
Valga insistir: el aperturismo externo irrestricto deja a la gran mayoría de las empresas autóctonas en muy mal pie para resistir la competencia externa que opera por la vía de las importaciones. En términos general, sólo pueden resistir las que logran acceder a la explotación de recursos naturales privilegiados. Las otras, las que no mueren, se refugian en el sector de bienes no transables (bienes que, por sus características, no pueden ser importados, como vg. Construcción, tiendas de comercio, banca, etc.). El problema que acarrea este desplazamiento reside en que deja casi vacío al sector de la industria de transformación. Asimismo se tiene que la mayor parte del sector de no transables está conformado por actividades improductivas.
La plusvalía que mantiene a los segmentos improductivos proviene de los productivos: los sectores exportadores en especial. Los cuales, como ya se dijo, están básicamente asentados en la explotación de recursos naturales En este caso, las presiones de costos se tratan de morigerar controlando salarios y, sobremanera, expoliando y devastando a esos recursos: no se siguen políticas de conservación de suelos ni de protección del medio ambiente. Si se hicieran, los costos de producción se elevarían y se perdería poder competitivo. Por ello, el sistema opera con una propensión casi “natural” al desfalco de la naturaleza y el medio ambiente. Como escribiera Marx, “la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originarias de toda riqueza: la tierra y el hombre.” (16)
Avancemos un poco más en el análisis. Para ello, empezamos con un ejercicio aritmético ultra-simplificado. Con ello, sólo buscamos destacar un aspecto especialmente relevante.
Supongamos que un recurso natural dado (vg. un mineral) tiene un precio promedio mundial igual a $ U.S. 100 por unidad de producto. De ellos, 80 representan los costos capitalistas de producción y los 20 restantes las ganancias del negocio: el margen (ganancias sobre costos), por ende, es igual a un 25%. Pasado algún tiempo, en un país como vg. Chile, se descubre un yacimiento especialmente atractivo. En este caso, suponemos que los costos capitalistas de producción ascienden a $ U.S. 64 por unidad de producto. Si aplicamos a estos costos el margen previo establecido (de 25%), obtendríamos un precio unitario de 80 dólares y un beneficio unitario de 16 dólares. Pero el nuevo recio de seguro será superior a esos 80 dólares, aunque inferior al precio previo de $ U.S. 100. Supongamos que, ante la mayor oferta, el nuevo precio llega a 90 dólares. En este caso, para las empresas chilenas los beneficios unitarios suben a $ U.S. 26, los costos se mantienen en 64 y el margen llega a 40.6%. Las empresas del resto del mundo resienten las nuevas condiciones y quedan con un margen igual a 12.5%.
Si las empresas chilenas pagan impuestos por 10 (por unidad de producto), su margen se reduce a un 25%. Si pagan 15, el margen se va a un 17.2% y si pagan 20, el margen cae a un 9.4%, el que ya se sitúa por debajo del 12.5% que se recibe en el extranjero. En este caso, se pierde todo el poder competitivo previo. Si suben los salarios o caen las ventajas comparativas, el impacto es análogo.
En casos como el descrito, el diferencial de rendimiento que determina el recurso natural privilegiado, le posibilita a las empresas favorecidas cosas como: a) operar con gerentes y trabajadores menos eficientes que en el resto del mundo, manteniendo una rentabilidad superior; b) soportar una política cambiaria que perjudica al sector exportador. Una moneda nacional sobrevaluada equivale a un impuesto sobre el segmento exportador y a un subsidio a las importaciones. Con todo, la ventaja natural compensa ese impuesto implícito y permite mantener una rentabilidad elevada (superior a la media); c) la alta rentabilidad atrae al capital extranjero, el que termina por penetrar y dominar al sector. Y si hay propiedad estatal (cobre en Chile, petróleo en México), se desatan furiosas campañas para obtener la privatización.
El tipo de política cambiaria que se maneja eleva una pregunta: ¿no es un absurdo aplicarla en un modelo exportador? (17) Para el caso, valgan dos indicaciones: a) en segmentos no ligados a la explotación de recursos naturales, el impacto es destructivo. No sólo se liquidan sus eventuales capacidades exportadoras. Inclusive, desaparecen como productores; b) tal política resulta vital para el capital financiero internacional (18). Y es éste, el que ocupa las posiciones de mando en el modelo neoliberal. Además, por los factores ya mencionados, este capital puede conciliar sus intereses con los del capital primario-exportador. Claro está que hay límites a este entendimiento: en tanto se vayan agotando los recursos naturales y/o disminuyendo sus ventajas productivas, tal alianza será más difícil de mantener.
Para el sector nacional de no transables, tal política es también benéfica. Este sector no es exportador y las importaciones baratas no lo perjudican (no lo pueden desplazar) y sí los benefician por la vía de insumos y alimento importados más baratos. En suma, el interés objetivo de las diversas fracciones clasistas que integran el bloque de poder tienden a conciliarse. Entretanto, los trabajadores asalariados, la pequeña burguesía (independiente y asalariada) y los segmentos de la burguesía industrial que trabaja para el mercado interno, con pocas excepciones, se ven especialmente perjudicados.
VI.- Perspectivas.
En el año que inicia, el 2013, las elecciones presidenciales jugarán un papel central. Al respecto, ¿qué se puede esperar?
La derecha tradicional, con cargo a su mismo gobierno, se ha desacreditado, perdido imagen y apoyo popular. En un país en que los políticos interesan más por su imagen personal que por sus ideas y programas, el presidente Piñera abre la boca y “mete la pata”, ya no suscita ni respeto y se lo ha acusado, por sus mismos partidarios, de “incontinencia verbal”. En las próximas elecciones presidenciales – fines del 2013- la derecha tradicional será ampliamente derrotada.
La Concertación también se ha caído en la opinión pública. Y como algunos de los partidos que la integran fueron –en otros tiempos- izquierdistas, cargan con la decepción y la rémora que acompaña a los tránsfugas (19). Con todo, es altamente probable que gane las próximas elecciones. ¿Por qué? Dos serían los factores claves: 1) el ya mencionado descrédito de la derecha tradicional; 2) el tremendo atractivo personal de su segura candidata presidencial: Michelle Bachelet.
En este marco o contexto, surge la interrogante sobre el papel de los sectores contestatarios: ambientalistas, estudiantes, segmentos obreros. En este caso, si no se levantan con fuerza como una alternativa de izquierda auténtica, se verán arrastrados o literalmente “chupados” por el vértigo electoral. El tiempo que les queda es muy escaso, hay grupos que vacilan y su unidad y fuerza orgánica es mínima.
La coyuntura electoral podría ser un contexto favorable a la acumulación de fuerzas. Pero es probable que lleguen algo dispersos y no alcancen a aprovechar plenamente esa situación. Lo cual, nos lleva a recordar un viejo aserto: sin una fuerza política mínima, las oportunidades que se present
Texto: Camila Feix Vidal - IELA
Texto: João Gaspar/ IELA
Texto: IELA
Texto: Davi Antunes da Luz