Teoria das Janelas Quebradas e o consenso securitário neoliberal
Texto: João Gaspar/ IELA
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03/09/2007
Por Raúl Antelo – Universidade Federal de Santa Catarina
Argentina-Brasil. ¿Qué quiere decir lo argentino-brasileño? ¿Hay algo que tendría la cualidad de lo propio y entonces se podría enorgullecer y reivindicar para sí ser más argentino-brasileño que otro? ¿Qué sería lo argentino-brasileño por antonomasia? “El silencio de ese guión no pacifica ni apacigua nada, ningún tormento, ninguna tortura. Nunca hará callar su memoria. Incluso podría llegar a agravar el terror, las lesiones y las heridas. Un guión nunca basta para ahogar las protestas, los gritos de ira o de sufrimiento, el ruido de las armas, los aviones y las bombas” .
Sin embargo, es imposible pensar ese guión, ese espacio común, el entre-lugar argentino-brasileño, sin una referencia a una memoria de la modernidad a través de sus marcos mayores: el conflicto entre razón y tradición o la tensión entre razón y evolución. En efecto, la modernidad misma es un guión, un roteiro o derrotero, un movimiento en dirección al movimiento pero también una secuencia de discontinuidades. Así, por ejemplo, el hiato entre razón y tradición nos propone un discurso institucionalista que domina la lógica pura de la diferencia, atravesada por una dualidad de conciencia cuya manifestación literaria más acabada quizás sea Machado de Assis. En las imprecisas fronteras entre lo vivo y lo difunto, con Braz Cubas, o en los móviles márgenes entre lucidez y demencia de “El Alienista” o, incluso, en el debate que, mediante la alegoría de las Academias de Siam, opone la actividad masculina a la pasividad femenina, recogemos las tensiones de un azaroso proceso de incorporación a la modernidad a partir de la trabajosa vigilancia del intelecto.
Esas cabezas divididas respetan, como ideal, la autonomía, y como régimen social, el liberalismo, negándole de paso esa condición racional a otros vastos sectores de la sociedad latinoamericana. Se generan así dos tipos diferentes de impugnación. En primer lugar, el intelectual se transforma en un héroe cultural en virtud de la supresión de la palabra del Otro. Es el caso de Sarmiento o Rui Barbosa. El primero cita en francés obliterando una dicción local; el segundo, reprime, a través de su modelo cultural británico, todo un sistema social y simbólico que hunde sus raíces en lo indígena y lo ibérico, lo colonial y lo barroco, lo oral y lo mestizo. No hay para él, como tampoco para José Veríssimo u Oliveira Lima, una cultura jesuitica, una religión al margen del Estado, ni siquiera arrobos intelectuales criollos en la colonia. La cultura brasileña es lisa y llanamente una armoniosa adaptación al modelo europeo. La definición de la ley es formal. Y eso vale para el Esboço de Teixeira de Freitas o el Código Civil Argentino de Vélez Sarsfield, aplicado lector de Freitas; para Estanislao Zeballos o su archi-enemigo, el Barón de Rio-Branco.
Pero además de negarse la palabra del Otro, en ese proceso avasallador de modernización se le niega al Otro el derecho de hacer su propia literatura y así como Lugones se apodera de la voz del gaucho para construir una épica estatal, Euclides da Cunha silencia la voz de lo sagrado para que se oiga, en cambio, la de la máquina cultural: el diario liberal, O Estado de S.Paulo, en cuyas páginas ese ingeniero militar narra el exterminio de los rebeldes sertaneros.
La emergencia de la máquina nos sitúa, precisamente, ante un nuevo tipo de conflicto: la tensión entre razón y evolución. Diríamos que la máquina crea autonomía pero destruye la independencia. El gran tema cultural en la primera mitad del siglo pasado pasa a ser entonces asociar el músculo al intelecto. Una cultura de la justicia social—el regionalismo nordestino, el expresionismo nacionalista de Portinari o Di Cavalcanti—se cuestiona por tanto de qué modo alterar las estructuras políticas de alianzas y compromisos con los de abajo sin afectar por ello la eficiente redistribución simbólica moderna.
No lo logra, sin embargo, sin paradojas. Ese populismo modernizador busca una alternativa radical en el seno de lo comunitario, cuestionando el orden institucional mediante la construcción de nuevos agentes históricos en la persona de individuos marginales. Sin embargo, ante la inevitable división social, surge de su discurso un sujeto ambiguo que, por un lado, es tan sólo un sector de la comunidad nacional, aunque funcione, por otro, como un agente que se presenta, antagónicamente, como el pleno de la comunidad.
Digamos, no obstante, que aunque sea necesaria la alianza de ciudad y campo para el triunfo de ese proyecto altamente controvertido, lo que se afianza, en realidad, es una concepción biotecnológica del cuerpo que reposa, sin duda, en una fuerte autodisciplina, con la que el escritor se niega a sí mismo el derecho de hacer literatura. La poesia pau-brasil de Oswald de Andrade prefigura, en ese sentido, el rechazo de la autoría y la originalidad que veremos luego en la estética practicada por Pierre Menard.
Pero hay allí también plantada una semilla explosiva de antitradicionalismo arribista. En efecto, una de las ambiciones de la modernidad periférica es, en efecto, acceder al consumo cultural. En visita a Rio de Janeiro, Nicolás Avellaneda ya había estipulado que no existen “prensa sin partidos, partidos sin prensa”, aunque lo importante, de hecho, era que no podía existir indiferencia ante un mercado potencial de 12 millones de personas . Eso es Brasil para Avellaneda. Treinta años más tarde, Raúl Gonzalez Tuñón, como buen comunista, verá en cambio el medio intelectual brasileño bajo un prisma más lírico; evocará a Nise da Silveira, la psiquiatra que trabajaba con alienados o a la escritora nordestina Rachel de Queiroz, todo con el fondo musical de Darius Milhaud, que llovía sobre el piano la feroz travesura de sus maxixes, con “cascadas de sol, agua ardiente petrificada, y correr, correr a través de inmensas plantaciones” . O sea, la vida sana.
Pero, contemporáneamente, Roberto Arlt preferirá, al contrario, jactarse del arribismo anarquista criollo, la vida puerca, ensalzando, sin pudor, los hábitos porteños que permitían, ya fuese por consumo, robo, venta o simple ambición, el libre acceso al mundo de los libros. Como los brasileños son 36 millones y no consumen cultura—argumenta—enseguida serán 100 millones. Hay que aprovechar.
Busco infatigablemente con los ojos, academias de corte y confección. No hay. Y vean que hablo del centro, donde se desenvuelve la actividad de la población. ¿Librerías? Media docena de librerías importantes. ese proyecto altamente controvertido ¿Centros socialistas? No existen. Comunistas, menos. ¿Bibliotecas de barrio? Ni soñarlas. ¿Teatros? No funciona sino uno de variedades y un casino. Para conseguir que la Junta de Censura Cinematográfica permitiera dar la cinta “Tempestad sobre Ásia”, hubo reuniones y líos. ¿Periodistas? Aquí un buen periodista gana doscientos pesos mensuales para trabajar brutalmente diez o doce horas. ¿Sábado inglés? Casi desconocido. ¿Reuniones en los cafés, de vagos? No se conocen. Tiraje máximo de un diario: ciento cincuenta mil ejemplares. Quiero decir “tiraje ideal”, 150.000 ejemplares, porque ni hay periódico que los tire. (…)
Es necesario convencerse: Buenos aires es único en la América del Sud: Unico. Tengo mucho que escribir sobre esto. Allá ( y esto se lo he dicho a los periodistas de aquí), allá en el más ínfimo barrio obrero, encuentra usted un centro cultural, donde, con una incompetencia asombrosa, se discuten las cosas más trancendentales. Puede ir a Barracas, a Villa Luro, a Sáenz Peña. Cualquier pueblo de campo de nuestra província tiene un centro donde dos o tres filósofos baratos discuten si el hombre desciende o no del mono. Cualquier obrero nuestro, albañil, carpintero, portuario, tiene nociones y algunos bien sólidas, de lo que es cooperativismo, centros de lucha social, etcétera. Leen novelas; sociologia, historia. Aquí eso es en absoluto desconocido.(…)
Vean: en la Asosiación Cristiana, de Montevideo, todas las noches se armaban unas tremendas discusiones sobre comunismo, materialismo histórico, etc. No hay casi estudiantes uruguayo qué no tenga preocupaciones de índole social. Aquí eso no se conoce. El obrero, albañil, carpintero, mecánico, vive aislado de la burguesía; el empleado forma una casta, el capitalista otra. Y como decía en una nota anterior, los obreros ni por broma entran a los cafés donde va la “gente bien”. Hay tranvías de 1a. clase y de segunda. Sí: tranvías. En los de segunda clase viajan los trabajadores. En los de primera, el resto de la población. No confundir con coches de primera, sino un conjunto: coche motor y dos o tres acoplados de segunda clase. Y esto ocurre en Río, donde hay millones de habitantes. Cuando me dijeron que Río tenía dos millones, yo no podía admitirlo. Y es que pensaba en Buenos Aires. (…)
“Se travalla”. Esa es la frase. Se trabaja brutalmente, desde las ocho de la mañana a las siete de la tarde. Se trabaja. No se lee. Se escribe poco. Los periodistas tienen empleos aparte para poder vivir. No hay ladrones. Los pocos crímenes que ocurren son pasionales. La gente es mansa y educada. Más aún: las casas de radio, que han infectado nuestra ciudad: porque en el último boliche del último barrio encuentra usted un altoparlante aturdiendo a la vencidad son escasas aquí. Y sino venga a Río y mire las azoteas. No va a ver antenas casi. Pase por las calles. No va a oir música.
“Se travalla”. Se trabaja. Y después se duerme. Eso es todo; eso es todo, ¿ comprenden? Hay que haber vivido en Buenos Aires y luego salir de él para saber lo que vale nuestra ciudad .
Arlt apuesta a un tableau urbano que mimetiza lo conocido y abjura de la imagen cuando ésta no confirma los datos de la experiencia originaria. No deja, sin embargo, de ver en ese caos, a su juicio, demoníaco, un aspecto del sistema total que tiene el poder de cooptar y desarmar formas aún peligrosas de resistencia, vaciándolas como meras mercancías culturales. Brasil es un espejo de lo que la Argentina puede perder.
Cuando yo miro la cara de un operario porteño, sé lo que piensa. Sé que afanes lleva en su interior. Sé que estoy en presencia de un elemento inquietamente social. Aquí, encuentro gentes que, con tal de ganar para el “feyon”, viven felices. Esto me indigna. En la pensón más equívoca, se encuentra, entre carcajadas irrisorias, un altarcito encendido a la virgen y sus santos. Se vive religiosamente, o no se vive.
Esta mezcla de superstición, de mugre, de ignorancia y de inconsecuencia, me crispa. La empleada argentina, es muchacha trabajada de pensamiento en lo relativo; la empleada, aquí, es un artículo de lujo.
Los que viven mal no se dan cuenta de ello, aceptan su situación con la misma resignación que un mahometano; y yo no soy mahometano. Algunos me dicen que la culpa es de los negros, otros, de los portugueses, y yo creo que la culpa es de todos. En nuestro país había negros, y había de todo, y la civilización sigue su marcha. No entiendo por civilización superabundancia de fábricas. Por civilización entiendo una preocupación cultural colectiva. Y en nuestro país existe, aunque sea en forma rudimentaria.
Aquí, la cultura de la clase media, es de un afrancesamiento ridículo. Se imita a las artistas de cine de tal forma, que se ven mujeres por las calles vestidas de manera tan extravagante, que uno no sabe por qué extremo empezar a describirlas .
Borges decía que, gracias a la penuria imaginativa, “para el argentino ejemplar, todo lo infrecuente es monstruoso—y como tal, ridículo”. Arlt asume sin pudor ese semblante hooliganista en sus aguafuertes cariocas.
Seamos sinceros. En nuestro país, como aquí, está permitido hablar mal del presidente para abajo; y en nuestra Cámara hay socialistas de todos los matices. Aquí el socialismo produce escalofrios. Hay una comisión de cine, que no se asusta de ninguna cinta por escabrosa que sea, mientras que no trate de asuntos sociales. La más inocente asociación gremial alarma a la policía.
Hay que ver la estupefación que produjo, a unos muchachos de la asociación el ver un número de El Mundo, donde se publicaba la fotografía de un diputado radical que había sido canillita y la de otro socialista que fue mensajero, me refiero a Portas y Broncini. Se miraron entre ellos, como diciéndose: Qué país será aquél!
Para Arlt-argentino-ejemplar, Brasil no es un país de malvados sino, como decía el mismo Borges, “de irrisorios, momentáneos y nadie”. Somos los mejores sin vuelta: los mejores. Un obrero como el nuestro no se encuentra sino en Buenos Aires. En Europa y Uruguay los habrá, pero fuera de allí no. Somos los mejores porque tenemos una curiosidad enorme, y una cultura colectiva magnífica—aunque, en tren relativista, agregue—magnífica cuando comparada con la que hay aquí .
Esa prepotencia de los sectores medios recientemente incorporados a la modernidad contrasta con cierta non-chalance del aristocrático viajero modernista. En visita al Jardín Botánico de Rio, Eduardo Schiaffino, artista y director del Museo Nacional de Bellas Artes, admite haber juzgado, antes de conocerlo, que sólo existían tres tipos de palmeras, “el dátil de África, aquellas gigantescas de Botafogo que dan cocos, y las palmeras de Palermo que dan lástima” . Arlt-argentino-ejemplar, muestra, en cambio, lo opuesto o, mejor dicho, lo complementario, la intolerante urgencia de un iluminismo recién estrenado, así como también su contrapartida, la idealización de Brasil como una sociedad diferente, amena y sin conflictos. Kant y Sade no pueden confundirse jamás.
Gente dichosa! Cien veces dichosa. De los diarios leen unicamente las cuestiones relacionadas con política. La policía, cuando tiene trabajo, es porque ha ocurrido un drama pasional: él, cadáver; ella, muerta; el amigo, fiambre tambiém. En fin, la eterna trilogia que no pudo concebir Dios en el Paraíso, porque en el Paraíso sólo existian Adán y Eva y el día que intervino un tercero, la serpiente, ya se armó el lío. Si en vez de serpiente, es hombre, la raza humana no existe. Fuera de eso, la delincuencia es reducidísima. El trabajo de la policía se limita a expulsar a los comunistas, en vigilar a los nativos que les da por esas ideas y en dirigir el tráfico.
Alguna que otra vez estalla una revolución: pero eso no tiene importancia. Revolucionarios y leales tienen el buen y perfecto cuidado de interponer siempre entre sus personas una distancia razonable, de modo que la opereta continua hasta que los revolucionarios llegan a terreno neutral. Y como para llegar a terreno neutral median millares de kilómetros, una revolución suele durar un año a dos sin que por eso la sociedad tenga que lamentar la desaparición de ninguno de sus benefactores .
Transformando la rebelión de los tenientes o el mismo golpe de Vargas en sedición “de irrisorios, momentáneos y nadie”, la diferencia cultural se impone, en ese sentido, como un absurdo intolerable e incomprensible.
Naturalmente, en las conversaciones y reportajes oficiales que se publican en los diarios, argentinos y brasileños nos conocemos como si hubiéramos comido en el mismo plato y en el mismo cuarto; pero en la realidad práctica no ocurre eso. Somos dos pueblos distintos. Con ideales colectivos distintos. Nosotros somos ambiciosos, entusiastas y deseamos alcanzar algo que no sabemos lo que es y leemos diarios, revistas, novelas, teatro; conocemos España como si fuera la Argentina… ¿Aquí? En uno de los mejores diarios, el encargado del archivo, me ha dicho:
– Vea…no tenemos ninguna información de Portugal, la madre patria. Ninguna fotografía. Estamos tan distantes…
¿Se dan cuenta?
Como vemos a traves de las aguafuertes cariocas de Arlt, a las que podríamos agregar las de Nicolás Olivari, Alcântara Machado o incluso Oswald de Andrade, los escritores de este pliegue modernizador no dejan de escribir ficciones en los bordes mismos de la literatura, de allí que la imagen paranoica pueda llegar a servirles para elaborar nuevas relaciones entre política y Estado. Así, por ejemplo, mientras escribe la rapsodia desgeograficada de Macunaíma, experiencia máxima de ruptura escrituraria en la región, Mário de Andrade lee y escribe en diarios una parodia de guerra Brasil-Argentina, en ritmo de carnaval, cuasi premonitoria del desastre de 1983, que concluye con un aumento descomunal de la deuda y una previsible derrota para ambas partes.
Pois eis que leio nos jornais que A ARGENTINA DESTINOU 75 MILHÕES DE PESOS PRA COMPRA DE MATERIAL BELICO! Li e se baralhou tudo no meu sentimento.
Rapazes fiquei sem compreender mais nada. Pois será que aquela gente argentina ainda está sob o regime do patriotismo e no estadio mental do ‘Pátria latejo’!!!!…Deve de estar, secundava a minha desilusão, pois que credita 75 milhões de pesos pros fabricantes de submarinos e metralhadoras. Num átimo todo o corpão moreno desta nossa Sulamerica se estendeu no meu pensamento, vi todos os nossos paises brigandinho internamente é verdade porém todos desprevenidos, dois canhões aqui três espingardas no pueblo vizinho e no meio de todos a Argentina sentada na ponta duma baioneta e armada até os dentes. Achei idiota, palavra.
Eu, franqueza, não tenho muito medo da Argentina não porque afinal das contas suponhamos que surgisse de sopetão uma guerra entre ela e a gente, que sucedia? Sucedia que os militares argentinos nos passavam logo a fronteira, deixavam os sulriograndenses numa trapalhada guaçú não sabendo si tomar partido pelos militares argentinos ou pelos militares brasileiros, afinal os militares argentinos invadiam o Brasil, isto virava num chinfrim de filme da Century Co., era só tiro que mais de cá e de lá e pra encurtar caminho, depois do dia histórico do armisticio ficassem os militares brasileiros vencedores ou não, o certo é que levávamos uma tunda mestra.
Agora me secundem a isto, os militares do mundo: que sucedia depois? Sei que uma imundice de coisas pândegas…Novas Historias do Brasil contando que apanhamos por estarmos desprevenidos por causa dos manejos diplomáticos internacionais, por causa das traições, proteções, etc.. ou que vencemos devido a forçura da peitaria patricia e a bravura dos nossos galhardos militares que souberam não desmentir os heróis dos Guararapes e de Humaitá! Vencendo ou apanhando é bem possível que se mudasse de colorido certas partes dos mapas impressos que ensinam a geografia do universo; é possível que se fizesse muitas comemorações com muita gritaria de miserável povo inconsciente e muita gritaria de gente que se diz instruida, porém, mais besta do que um burro; é possível que se fizesse novas estátuas horrorosas e mais hinos pras coitadas das criancinhas dos grupos escolares decorarem e na certa que apareciam muitos soldados desconhecidos mortos pela pátria e que estão agora em moda. Depois? Depois, vitoriosos ou vencidos ficávamos com os mortos em roda, conhecidos, parentes, amigos, tanta gente boa, tanta gente querida morta, moça, ficávamos com uma dor muito sofrida, mais inquietações, mais abatimentos, mais amarguras, muito raciocínio panema. E uma raiva surda desses argentinos que afinal são tanto nossos irmãos que nem eu sou irmão do Manuel Bandeira, do dr. Arthur Bernardes que nem conheço e até do dr. Graça Aranha que está de mal comigo . E ficávamos com uma dívida macota mais enormissima que a de agora… E depois? Depois tudo continuava da mesma forma progredindo, progredindo, talvez mais união, talvez mais desconfiança, talvez mais consciência de nacionalidade moral, os argentinos e brasileiros vivendo, sofrendo, gozando e afinal uma quarta-feira batendo com o rabo na cerca e indo pro inferno, pro purgatório ou pro céu .
Algunas conclusiones se imponen de esa carnavalizada construcción de lo brasileño-argentino. En primer lugar, lo supra-nacional, lo regional-americano, nunca es un dato primario de la vida social sino una construcción simbólica y, en el caso de Andrade, funciona como un encabalgamiento epifánico de identidades discontínuas, algo “sin carácter”, apático y virtual. En una palabra, potente. Por otra parte, y en consecuencia de ese carácter complejo, las relaciones de representación en que se basa lo argentino-brasileño no son un nivel secundario que refleja una realidad social primera, constituida antes, en otro lugar. Al contrario, son el espacio específico de constitución de lo social y, en ese sentido, la construcción imaginaria de la rapsodia, por ejemplo, es un paso importante para la representación simbólica posterior de Vargas. En fin, dicha representación no ocupa tampoco un lugar secundario, derivado de la brecha entre el espacio comunitario universal y el particularismo de las voluntades colectivas dadas. Por el contrario, la asimetría entre la comunidad como un todo y las voluntades colectivas es la fuente misma del juego simbólico de la modernidad, la lanzadera dual del populismo, el vaivén pendular de un abanico de posibilidades, mediante el cual descubrimos inclusive la penuria imaginativa y el rencor, nuestros límites y nuestras imposibilidades, “nuestra parte de muerte”, como la llama Borges, antes incluso de Bataille , o “nuestra parte maldita”, como secunda Sarlo, después del sociólogo sagrado:
El cuerpo de Maradona, compacto y etéreo al mismo tiempo, es la fuente de una inmensa riqueza dilapidada que, precisamente porque se la gasta sin ton ni son, permanece intacta, infinita, intocada por el tiempo. Ese cuarentón gordo y balbuceante que hoy muestran las pantallas, emotivo, sentimental y truculento, no puede desvanecer la figura del mito heroico. Ante los creyentes (que son casi todos) Maradona sigue siendo un espejo de la felicidad que ha desafiado la estrechez capitalista con el lujo insultante y el dispendio interminable. Carismático y plebeyo, no puede ser sometido a ningún juicio porque, frente a un exceso que ha tenido mucho de insensato, todo juicio parece moralista. ¿Cómo criticar a Maradona sin que se piense de inmediato en el escándalo mezquino del pequeñoburgués que otros pequeñoburgueses son los primeros en denunciar?
A partir de estas constataciones, cabría aún pensar que la emergencia de lo popular transnacional, o en fin, de lo argentino-brasileño, más que signada por la suma, surge atravesada por la falta. En la medida en que lo argentino-brasileño sólo puede constituirse en el terreno de las relaciones de representación, la construcción identitaria de ese margen sólo admitiria una consistencia informe: la de lo desuniversal.
En efecto, poco después de la guerra, en 1948, Héctor A. Murena comienza a trabajar en lo que será El pecado original de América latina, como respuesta al Sarmiento de Ezequiel Martínez Estrada . Más tarde, en uno de los prototextos de ese ensayo, a su modo, pionero en el esfuerzo por superar marcos exclusivistas nacionales, hay una iluminadora intervención donde Murena desarrolla las consecuencias de la modernidad según Nietzsche. Concluye así que
Los americanos tenemos desde antes que nadie y con mayor intensidad que ninguno la experiencia de la desuniversalización. Porque América, la tierra aún no poseída por el espíritu, la tierra que abate el hambre, es por excelencia el mundo desuniversalizado. En este ámbito oscuro y caótico la razón se ve en cada momento llamada a actuar, en cada minuto se siente convocada a librar su épica ante la tierra, no puede encerrarse en el racionalismo ni abandonarse al irracionalismo. Este mundo crudo, en descubierto, libre de teorías, es la situación que Nietzsche pedía para que la razón hiciera frente a su verdadera prueba, para fundar una filosofía viva. Como americanos que somos, no podemos entonces menos que concluir esta recordación del cincuentenario de Nietzsche deseando que las ricas enseñanzas que su pensar aún encierra sirvan de incentivo para una filosofía americana, para que América supere junto con el resto del mundo esta intolerable desuniversalización en que nos hallamos postrados .
Al celebrarse, recientemente, el segundo cincuentenario de la muerte del filósofo del gay saber, Peter Sloterdijk argumentaba, en la línea propuesta por Murena, que Nietzsche es aún un poderoso elemento de superación de obstáculos éticos, promoviendo, en el corte prehistórico, la emancipación del hombre con respecto a la naturaleza, y construyendo, luego, a lo largo del proceso de la modernidad, la sujeción del hombre a otros hombres, para, por último, en la tercera insularidad post-histórica, la “americana”, firmar alianzas inestables con los valores del mundo moderno, de las que Nietzsche, en última instancia, es su evangelista y su designer más acabado .
El mismo Murena desarrolla esa idea de negatividad post-histórica más tarde, en Ensayos sobre subversión, al evocar el sacrificium intellectus de Euclides da Cunha y José Hernández.
En 1909, pocos meses antes de morir (asesinado), Euclides da Cunha escribía desde Río de Janeiro a su amigo Oliveira Lima: “Nem faço outra coisa senão entristecer-me nesta nossa pobre terra.” No hacía otra cosa que entristecerse en su pobre tierra. ¿Por qué? La mención de la tierra parece insinuar una relación de causa a efecto. ¿Era por el destino de su tierra por lo que se entritecía? Siete años antes había publicado una obra llena de grandeza y monstruosidad. No narraré el argumento de Os sertões. Deseo subrayar el hecho de que sus protagonistas son la naturaleza y Antonio Conselheiro, fuerza que apenas se diferencia de la naturaleza y en la que no debemos ver nada humano, pese al nombre que ostenta. ¿Dónde está el hombre, pues? ¿Dónde está el sensible y ultralúcido Euclides da Cunha? Ausente: lo humano no figura en la obra. Y Euclides da Cunha ha desaparecido en la tierra, se ha disuelto allí, ya sea en la naturaleza llamada Conselheiro. Es comprensible que se entristezca en esa “pobre tierra”: ella no le permite expresarse. Pero se entristece por sí, aunque entristecerse de tal suerte por un hombre es también hacerlo por una tierra que se opone a que lo humano florezca en ella.
Y llegó a contraer lo que él consideraba un “pessimismo abominável”. Aproximadamente un cuarto de siglo atrás, más al sur, otro incidental hombre de letras da a su novia una foto suya que se había hecho tomar de espaldas. Ese hombre era José Hernández. En Martín Fierro la entrega a la naturaleza – bajo la forma de gaucho – se intensifica hasta el punto de lo casi ininteligible: ese poema que nadie traducirá sin desvirtuar por completo, que nadie entenderá bien fuera de un lugar y una época determinados, acoge en sus palabras el silencio de la naturaleza. Martínez Estrada ha dicho que “Martín Fierro es una sublevación…un levantamiento contra la cultura y las letras”. Yo añadiría que es un poema contra la palabra .
Por último en 1965, simultáneamente ya a la segunda edición de su ensayo sobre América, pero, de manera no menos sintomática, después del primer viaje a Europa, Murena evoca las condiciones de esa iluminación epifánica de lo local. Es, a su modo, una manera de usar la literatura para el asesinato sistemático de la literatura ya que América no era más vista desde la incorporación a la ciudad letrada, sino desde el exterminio, es decir, la desincorporación.
La tesis central del libro era la de que, por haberse constituido América en un campo de expulsión del ámbito de la historia, en una fractura histórica, irrumpía en ella el mundo en bruto, no humanizado, que para criaturas habituadas a una considerable altura histórica pesaba como verdadero pecado original capaz de malbaratar todos sus esfuerzos vitales. La lucha contra ese pecado debía consistir, en los diversos órdenes, en abrirse al mundo en bruto, para hacerse con él y poder pasar así de un mortecino y animalesco limbo a una vida que mereciese el nombre de humana. Tal era la tesis, esquemáticamente: esto es, con matices y variaciones fundamentales, pero que resulta imposible dar aquí.
Una de las perplejidades de tipo agudo en relación con esas ideas se me produjo en ocasión de mi primer viaje a Europa. Desde el momento mismo en que pisé tierra europea me había asaltado el recuerdo de ese libro, naturalmente. ¿Qué sentido tenía? Recordaba las páginas y páginas en que había insistido en la diferencia total de América y, a medida que veía ciudades y gentes, me invadía la desazón, más: la vergüenza. Me encontraba entonces frente al principal de los términos de comparación que me habían servido para fijar y reclamar esa diferencia de América, una diferencia casi totalmente potencial, pero que debía concretarse un día en expresiones formales. Y ¿qué era esa diferencia, en términos rigurosos? ¿Se trataba de una diferencia por la inferioridad? Estas y otras preguntas, peores, me seguían, articuladas a veces o si no pesadamente confusas.
La turbación alcanzó su punto máximo en Florencia. Una tarde, sentado en la Plaza de la Signoría, aplastado por el espíritu del lugar, mi mundo cedió. Ante lo que estaba contemplando ¿qué significaba esa diferencia, que ya sonaba con tono ridículo? ¿No era acaso la plenitud de lo humano – en su sabida o no reverencia a los poderes divinos – la meta de todo hombre? Y esa plenitud ¿no se hallaba ante mis ojos lograda en forma insuperable? Esa plaza, como símbolo de un mundo en el que lo humano había encontrado ocasión para cumplirse en forma absoluta y en todas sus variadas capacidades ¿no era un mandato para que callase lo caótico, informe y quizá tambén frustrado? Insistir en la diferencia, en que debíamos ser diferentes ¿no era apartarse de la meta misma de lo humano?
Fue de semejante nadir de donde salió la respuesta a esa perplejidad que sin duda yacía en mí mismo desde mucho antes del viaje. Y la respuesta decía que América buscaba también la plenitud de lo humano, pero que para cumplirla mediante sí debía, en un primer paso, apartarse de lo ya cumplido por otros. Debía descender al fondo de sí con movimientos que significaban en principio una negación de lo occidental. Y no sólo de lo occidental, sino de todas las formas en que se hubiese plasmado la plenitud. América debía descender a lo informe, a sus zonas abismales: únicamente cuando pareciera hallarse en pleno extravío se encontraría cerca de su camino. Porque aunque lo que los americanos buscábamos fuera igual a lo que ya habían logrado otros, debíamos buscarlo a través de la diferencia. Sólo separándonos de los demás llegaríamos adonde los demás estaban. Tal paradoja, que rige en toda vida creadora, se aplicaba con entero rigor al caso de América .
Y más que al caso de América, al caso de lo argentino-brasileño: sólo separándonos de lo idéntico llegaríamos así, finalmente, a lo idéntico.
Además de la incuriosidad ecuménica, razonaba Borges, una de las imposibilidades argentinas es la fruición incontenible de los fracasos, menos interesada en la felicidad del ganador que en la humillación del vencido. Pues si admitimos que, de manera semejante, una de las marcas más ostensivas de Nietzsche es también su ejercicio por sobrepasar una pasión alemana, la necesidad de rebajar al otro, es lógico leer su obra como el denodado esfuerzo de un pensador dramático por huir, tanto de la alucinación filosófica del sujeto individual, como de la acción comunicativa de la sociedad.
Nietzsche, en verdad, se interesa por una teoría de la penetración penetrada (Sloterdijk), una ética del desbordamiento y la entrada en los otros que puede sernos provechosa en la actual coyuntura de lo argentino-brasileño. El desafío consistiría en aliar dos movimientos contrapuestos. De un lado, una celebración del no-sí-mismo, como si eso no hubiera sido intentado ya por el elogio moderno de la alteridad y, del otro, una conmemoración del extrañamiento del mundo que, al mismo tiempo, se diferencie de la actitud festival de la epifanía modernista.
Ese lugar ambivalente en que afirmamos, alternativamente, que no somos animales pero tampoco nos comportamos como hombres del pasado, diseña una nueva condición que el psicoanálisis llamaría extimidad, un lugar simultaneamente interno-externo, metido en la cueva de lo propio pero abierto asimismo a la indefensión de la vida. En ese sítio-guión, ni plenamente mimético, ni totalmente mágico, sino ético, se esboza un más allá del sujeto y un más allá de lo moderno.
El futuro, recinto de la muerte, dice Murena, es asimismo la fuente de la que mana lo sacro . Situar a la vida a la altura de la muerte, dejando atrás a la misma muerte, es uma manera de identificarse el hombre con su otro, con la víctima. Pero es también una forma de comprender que, donde hay goce, hay asimismo búsqueda y rechazo simultáneos, porque el goce es siempre demasiado intenso, demasiado humano. Estaríamos así combinando un origen antehistórico de la cultura con una crítica anhistórica de la soberanía, paut