Por Cuba…
Texto: IELA
Aguarde, carregando...
Futebol na várzea – Foto: A.E.C. Novo Sapopemba
El futbol no siempre fue puro negocio, o al menos, no importaba que lo fuera, a pesar de las quejas de los más serios. Era un mundo mejor para quienes acompañábamos los campeonatos locales con sus estrellas y jóvenes promesas, cuando el fútbol todavía tenía un mercado interno. Los resultados de otros torneos se conocían, si acaso, el día lunes o en la semana o nunca. Se podía ver en la tv partidos pasados de la Bundesliga en la voz del narrador colombiano Andrés Salcedo, que tenía apodos para todos. Pero las revistas argentinas Goles, en sepia, y El Gráfico, eran lo más cercano y real, esta última con goles registrados en secuencia cinematográfica de fotos, entrevistas entre jugadores y periodistas que se entendían como iguales. Apasionadas crónicas de domingos soleados, que, de paso, permitían asomarse a una sociedad sudamericana del Atlántico donde era visible la huella de la inmigración europea y la presencia de rutinas de clase media.
En los años 70, la incorporación de futbolistas al mercado europeo era escasa, y se podía leer en la revista algunos testimonios de jóvenes solitarios, contratados para jugar en las ligas europeas, que habían llorado en algún café al abrir cartas desde casa. No existía esa familiaridad actual con aeropuertos y consumo, que ostentan, en tiempo real, quienes logran participar en la Champions o rotar entre distintos clubes propiedad de jeques y multimillonarios.
No había propaganda adosada a las camisetas ni shorts de los equipos, y era fácil recitar la formación de memoria, pues año a año los cracks permanecían en sus puestos. Aunque en esas épocas también eran maltratados por las dirigencias: se dice, y es muy posible, que en los años 40 y 50, eran traídos en la tolva de camiones desde sus pueblos a la capital y pagados con propinas. Todo esto relatado como si fueran anécdotas en crónicas periodísticas. Desde siempre fueron, por supuesto, insultados, verticalmente sería la palabra, desde la tribuna.
La prensa deportiva de acá era formal e incluso aburrida, salvo excepciones. Visto desde acá resulta un alivio. Pues años más tarde, durante el fujimorismo, se volvió lumpen, como el resto de la prensa, y abarató la actividad y vida privada de los futbolistas, atacándolos a diario desde lo alto de su trabajo no-manual. Paralelamente, y no debe ser casualidad, aparecieron las barras bravas, producto del desempleo, promovidas por las dirigencias o por bandas próximas al narcotráfico. Su función era, en la práctica, la de maltratar, incluso físicamente a los futbolistas, en nombre de un patrioterismo a escala distrital y supuestos valores abstractos, fáciles de canjear.
Este maltrato a los futbolistas desde el periodismo y las barras bravas, fácil de trasladar a un público más amplio e influenciable, permitía bajar de precio a los jugadores, en términos económicos y personales. Los mejores y más promisorios jóvenes eran prácticamente deportados a clubes del exterior. No siempre a equipos competitivos ni exitosos, pero seguramente había una comisión importante en el traspaso, pues desde la televisión y la radio, hasta opinantes delante de los puestos de periódicos, la exigencia era que se lleve a cabo. Los futbolistas, supuestamente faltos de ambición, eran conminados a desembarcar y adaptarse en diferentes países europeos, y si optaban por el regreso se les llamaba fracasados. Fracasados venían a ser también los futbolistas extranjeros que venían a trabajar en esta liga gris y desorganizada.
Al fútbol le pasó lo mismo que al rock and roll, que era la rebeldía y se convirtió en el rock corporativo de superestrellas y supergrupos viajando en limusinas y jets privados. El fútbol que se hizo de asociaciones de amigos o vecinos, en las ciudades, en los vecindarios, a veces con pequeños estadios propios y sedes sociales, fue siendo colocado en la mira de las sociedades anónimas, que prometen, en su lenguaje, ponerlo en valor, que en realidad es ponerle precio a todo. Y, como ya se sabe, vienen por todo.
Tiene sentido que el fútbol se vuelva cada vez más cosmopolita, al mismo tiempo que se aleja de quienes lo practican en su forma más básica y no remunerada. Casi no debe haber ciudades donde todavía se juegue pelota en la calle, o en canchas no reglamentarias ni medidas, en gran parte por la pérdida de espacios públicos para la población. Los niños que empezaban jugando en calles y parques ya no tienen lugar, ni desarrollan dominio de pelota ni driblean por el gusto de hacerlo. Podría decirse que ya no juegan. Cada vez más, se matriculan en academias donde se les enseña estrategia y táctica, un poco como pasar del artesanato a las prácticas corporativas – o al mercado de arte.
Paralelamente, la atracción por el espectáculo es acompañada por el negocio de grandes casas de apuestas, que a la vez son auspiciadores de los equipos y tienen estampados sus logotipos sobre el uniforme de los jugadores. Una buena manera de sacar a pasear bajo el sol al dinero, que a veces debe viajar escondido.
Y los jugadores pasan a valer cada vez más, para sus agentes y para los dueños de los clubes. Si es que llegan a recibir lo que deberían, después de rotar por diferentes equipos cada vez más rápido. Para la masa de jugadores anónimos que no aparecerán en las primeras planas, pertenecer a un club o sociedad anónimas les sirve para ganar un sueldo mediano pero estable, escapar al subempleo o desempleo, y a la esclavitud moderna (o caer en ella). Las jóvenes promesas son comentadas durante las transmisiones televisadas, cada más abiertamente en función del valor monetario que su talento genera. O su carisma basado en su capacidad de vender objetos de consumo. Casi están a punto de llevar su precio atado al uniforme, o ser taggeados con su valor durante los partidos. Ya se mide su rendimiento en base de dispositivos que deben llevar en el torso mientras juegan. Más adelante tal vez se les obligue a vestir pañales, como en los talleres textiles semi clandestinos de las nuevas revoluciones industriales. Se examina su recorrido en la cancha, con ojos de jefe de personal, como si se tratara de una radiografía o un mapa donde destaca una mancha que resume su actividad.
Parte de este tráfico de personas es promovido por dirigentes, agentes, periodistas de los agentes, barras bravas, y casas de apuestas. Ya los espera el mundial de Qatar, país que nada tiene que ver con el fútbol ni con ligas infantiles ni juveniles ni torneo de ascenso, pero sí con la esclavitud, lujo barato, desprecio por las vidas de los que trabajan, en la construcción de los estadios e infraestructura en general. La Fifa es más poderosa que los estados nacionales, corrompe y pasa por encima de las constituciones nacionales, buenas o malas, rompe las ciudades, desaloja a los habitantes de sus casas, y del mismo modo que las empresas mineras o petroleras, destruye la vida social.
Texto: Maicon Claudio da Silva
Texto: Rafael Cuevas Molina - Presidente AUNA-Costa Rica
Texto: Elaine Tavares
Texto: IELA