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La ilusion majoritária y la crisis de la representación política

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Por Alejandro Olmos Gaona em 27 de outubro de 2025

La ilusion majoritária y la crisis de la representación política

 

Mas allá de los exitismos, es importante analizar la realidad de los números, y mirarlos detenidamente, sin pasión y sin relato, para desmontar muchas ficciones políticas. También cabe tener en cuenta el fracaso contundente del kirchnerismo, cuyo pasado de corruptelas diversas, falta de propuestas, y la existencia de figuras harto conocidas que no aportaron nada. En estas circunstancias, no hay criterios exactos que reflejen realidades incontestables, sino cada uno piensa a través de lo que va observando, con algunos datos y referencias, y sin quedar entrampado en esas visiones sesgadas de a favor o en contra, y tratar de reflexionar equilibradamente.

De los 36.477.204 ciudadanos habilitados para votar, 12 millones decidieron no hacerlo. Esa ausencia masiva —una tercera parte del padrón— no puede ser vista como un simple desinterés, sino como un síntoma profundo de desconexión entre la sociedad y la política. Los 24 millones que sí participaron expresaron, a su manera, una voluntad de cambio, pero dentro de ese universo, apenas 10.015.800 eligieron a Javier Milei, es decir, menos de un tercio de los argentinos.

Aparte de esas frialdades numerarias, hay consecuencias que son evidentes: Milei gobierna con la legitimidad institucional del voto, pero sin un respaldo social mayoritario. Así como su  llegada al poder fue más el producto de una coyuntura de hartazgo, que el resultado de una adhesión ideológica sólida, su triunfo encierra una paradoja: el de un presidente que representa, en los hechos, más un voto de repudio que un voto de convicción. En este caso al votante no le importó el caso $LIBRA, lo fallido de Espert, las represiones a los jubilados, lo ocurrido con el Garrahan, la desfinanciación a la salud o a las universidades. Una enorme mayoría que repudia al kirchnerismo se hizo presente, para lograr que esta fuerza política no volviera a tener influencia alguna

Si observamos el otro lado de esta ecuación, se puede ver  el fracaso indiscutible del kirchnerismo, que perdió no solo las elecciones, sino su capacidad de interpelar emocional y políticamente a amplios sectores sociales. Lo que alguna vez se presentó como un proyecto de inclusión y justicia social terminó degradado por formas autoritarias, un relato agotado y una corrupción que dejó huellas profundas. En lugar de renovar su propuesta, el kirchnerismo se replegó en la autodefensa y en una lógica de poder cerrada sobre sí misma, desconectada de las urgencias reales del pueblo al que decía representar.

La descomposición del campo político tradicional abrió el espacio para el ascenso de Milei. No fue tanto el mérito del libertario, sino la incapacidad de los otros. Cuando los discursos se vacían y las promesas se repiten sin credibilidad, el descreimiento se transforma en combustible de la ruptura. El electorado, cansado de los abusos, de la mediocridad y de la impunidad, optó por un salto al vacío antes que por la continuidad del fracaso.

Sin embargo, reducir el fenómeno Milei a un simple gesto de rebeldía interna sería ingenuo. Detrás de esa irrupción hay también un contexto geopolítico que no puede ser soslayado. Estados Unidos vio en su figura un instrumento útil para reordenar la región según sus propios intereses, especialmente frente al avance de China. El respaldo explícito del FMI, las coincidencias con la agenda de Washington y la retórica de “libertad” como máscara del ajuste son parte de esa estrategia. Milei es, en cierto modo, la expresión local de un proyecto global, que busca reinstalar el neoliberalismo más ortodoxo bajo una envoltura antisistema. A ello debemos sumar la bajada a Buenos Aires  del  JP Morgan, que vino a respaldar un proyecto de valorización financiera, que servirá para que el interés privado prime sobre lo público, y eso no beneficiará de ninguna manera a la Nación.

Lo notable es que este experimento se asienta sobre una base frágil. Un presidente sin estructura política, aunque aumentó notablemente una representación parlamentaria, enfrentado a buena parte de la sociedad que empieza a sentir las consecuencias de su programa económico. Gobernar desde la minoría es posible, pero no sin costo. Lo que se presenta como legitimidad democrática puede derivar en una crisis de gobernabilidad si la distancia entre el discurso y la realidad se vuelve insoportable.

Los números, al final, no son solo cifras electorales. Son la radiografía de un país desorientado, donde la mayoría no encuentra a quién creer, y donde el poder se redefine más por la manipulación mediática y el respaldo externo que por la verdadera adhesión ciudadana. La pregunta de fondo no es quién ganó, sino qué perdió la democracia cuando el voto se convierte en un grito de desesperación más que en una expresión de esperanza.

Porque detrás de cada número hay un silencio, una renuncia o una decepción. Y cuando esos silencios suman millones, el verdadero problema no es quién gobierna, sino por qué tantos dejaron de creer que votar podía cambiar algo.

Milei gobierna hoy con el apoyo real de menos de un tercio del país, pero con la legitimidad institucional del voto popular. Esa contradicción —entre la debilidad de base y la fortaleza formal del poder— marcará el rumbo de los próximos años. Lo que está en juego no es solo el futuro de un gobierno, sino la posibilidad de reconstruir una representación política que vuelva a unir a una sociedad cansada, descreída y profundamente desigual.

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