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No olvidan su bandera

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Por Jaime Delgado Rojas /AUNA-Costa Rica em 16 de junho de 2025

No olvidan su bandera

Foto: Reprodução – @ShadowofEzra

Estas reflexiones son un mensaje de solidaridad plena con los migrantes, documentados o no, que radican en los Estados Unidos, que llegaron allá a vivir el “sueño americano”, con lo cual han puesto su grano de arena al desarrollo y la profundización del capitalismo en ese centro del mundo y corazón del imperio, el último que hemos vivido.

 

Los migrantes fueron la base fundacional de algunas naciones de Nuestra América: vinieron o los trajeron; aunque las razones para migrar suelen estar condiciones por razones económicas, hubo migraciones forzados por razones políticas y culturales. Una vez asentados, los que llegaron le dieron identidad y sentidos de unidad al espacio de acogida: ahí, con los que estaban, forjaron culturas híbridas. En este espacio, su “topos”, el lugar de los “sin un lugar” llegaron de una región, un continente o un país donde dejaron sus ancestros, sus hermanos, amigos y sus vínculos socioculturales y lealtades; aunque pueda que los pierdan.

El abandono del país de origen implica expulsión e incluso autoexilio. En su recorrido hacia su destino, la “tierra prometida” o añorada, pasan por otros lugares donde se activan prácticas de solidaridad y filantropía. Es notorio el buen trato que les dan “las patronas” a los que se cuelan en el “tren de las moscas”, la Bestia, en la lejana población de Guadalupe, en Veracruz, México; o la acogida en Costa Rica a los cubanos que se apuraban a llegar a la frontera de los Estados Unidos; apuro que les exigía el último chispazo de la ley “pies secos, pies mojados” que le daría alguna condición de privilegio previa a su derogación por parte de la Administración Obama, a inicios del 2017. Antes que ellos, o a su lado o detrás, iban haitianos, colombianos, venezolanos, e incluso, orientales que nunca sabremos por cuántos recorridos pasaron para llegar a esta larga caravana. Estos seres humanos cuando llegan a su destino no reciben una bienvenida: capaz de que los devuelvan, para empezar de nuevo.

En el pasado fueron mercancías que se trasladaban en bloques y en buques: venían de África, sobre todo; pero también muchos vinieron de Europa, no todos por su voluntad, y otros del Oriente. Algunos lograron su objetivo, como Marco, el niño del cuento que encontró a su madre en Argentina y que, en su encuentro, ella recuperó su salud. Aquel cuento es simbólico y elocuente. Pero los hay quienes quedan desperdigados en el camino, para mezclarse con otros en el anonimato, o en un cementerio perdido.

Esta es otra forma de escribir la historia de América, que no se diferencia de la de otros continentes: de algunas regiones sale más gente, en otros llega más gente. La literatura fantástica lo había rescatado con Simbad, el de Las mil y una noches. Sobre la base de esa inmensa masa humana se han formulado convenciones internacionales para advertir sus derechos: el convenio 143 de la OIT de 1975 “sobre las migraciones en condiciones abusivas y la promoción de la igualdad de oportunidades y de trato de los trabajadores migrantes”. Alude a condiciones laborales; la otra, más destacable, la “Convención internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y sus familias” de 1990 ratificada 13 años después con tan solo el mínimo de compromisos estatales para que pudiera entrar en vigor.

El problema de estos humanos “sin topos” es que son mano de obra barata e imprescindible, por lo que son incorporados de manera súbita y hasta violenta a la actividad productiva. Con el pasar de los años se constituyen en parte de la sociedad de acogida y, de manera marginal, comparten imaginarios colectivos y entremezclan sus expresiones culturales. Se convierten en nacionales por adopción, si bien no olviden la patria que los vio nacer. Las muestras de intolerancia y rechazos son expresiones de una cultura de intransigencia y poca hospitalidad. Lo notorio de las manifestaciones de repudio a las deportaciones, en las ciudades norteamericanas más emblemáticas, como Los Ángeles, California, es que, en sus marchas y plantones, ondean las banderas de México; a saber, esa nación suya desde su momento emancipatorio cuando estas tierras formaban parte del mundo azteca. A su lado hay haitianos, nicaragüenses, venezolanos, cubanos. Para estos supremacistas comandados por Donald Trump, esos otros, aun nacido en esa tierra, son considerados razas inferiores.

Como una alusión a las lecciones de la historia, no podemos olvidar que, en el año de 1933 en Alemania, cuando Adolfo Hitler apenas se acomodaba en su silla de canciller alemán, arreciaron las persecuciones contra los “inmigrantes”. Todos eran calificados como delincuentes, corruptos e inmorales. En la lista estaban los extranjeros, a saber, los judíos alemanes que, aunque contaran con esa nacionalidad, el régimen los consideraba inmigrantes ilegales. Los hacían acompañar, en deméritos, con los comunistas, los homosexuales, los gitanos y los intelectuales. Todos aquellos que no tuvieran las características de la “raza aria”: una calificación seudocientífica mediante la cual se identificaban a los europeos de “raza superior”. Hitler no estaba solo en Europa: tenía aliados y admiradores, en particular Mussolini en Italia, también Franco en España.

Me pregunto, ¿no se parece a lo que sucede en el “norte violento y brutal” de que hablara Martí, los Estados Unidos del Norte de América? Ahora es Donald Trump y no son los judíos, sino los latinoamericanos; también los intelectuales universitarios. Y, el espectáculo se observa en Los Ángeles y frente a Universidades de prestigio, en particular Harvard. Además, cuenta con aliados y émulos en todo lado, como en El Salvador, con Nayib Bukele y en Argentina, con Javier Milei. Cuando oigo falsas verdades al lado de expresiones de odio y discriminación por parte del presidente costarricense Rodrigo Chaves, sus adláteres y los que lo aúpan desde sus redes sociales, el ambiente de esta que fuera una democracia liberal consolidada me huele a azufre.

Estas reflexiones son un mensaje de solidaridad plena con los migrantes, documentados o no, que radican en los Estados Unidos, que llegaron allá a vivir el “sueño americano”, con lo cual han puesto su grano de arena al desarrollo y la profundización del capitalismo en ese centro del mundo y corazón del imperio, el último que hemos vivido. Ahora, al igual que los judíos en la Europa del siglo pasado, estos hermanos de Nuestra América son calificados como lacras de la humanidad; hago esta reflexión pensando que, para Costa Rica, podría haber un futuro lúgubre no muy lejano.

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