Equador: o passado de volta
Texto: Elaine Tavares
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Un bloqueo contra la humanidad
Por Atilio A. Boron
23.10.2009 – El próximo 28 de Octubre la Asamblea General de las
Naciones Unidas someterá una vez más a votación una resolución requiriendo
del gobierno de Estados Unidos poner fin el bloqueo decretado contra Cuba a
partir de 1961. Tal como ocurriera desde 1991 hasta la fecha esa resolución
será aprobada casi por unanimidad, ratificando la condena de la comunidad
internacional a Estados Unidos y la tremenda soledad en que se debate
Washington por causa de una política que no sólo castiga brutalmente al
pueblo cubano sino que también constituye una amenaza para la humanidad en
su conjunto.
Conciente de su naturaleza violatoria de las más elementales normas del
derecho internacional y de los derechos humanos los publicistas del imperio
y sus voceros locales han librado, como en tantas otras ocasiones, una
pertinaz batalla semántica dirigida a confundir y engañar a la opinión
pública mundial. Para ello recurren a un eufemismo: hablan de “embargo” y lo
presentan como si fuera un asunto apenas comercial. Ocultan de ese modo que
se trata de un bloqueo integral: económico, comercial, financiero y
tecnológico, pero también internacional (al penalizar a las empresas de
terceros países que comercien con Cuba y obstaculizar las relaciones
diplomáticas de este país con el resto del mundo); informático (al impedir
el acceso de los cubanos a banda ancha e Internet de alta velocidad); social
(al imposibilitar o dificultar el re-encuentro de las familias cubanas
separadas por la emigración) y cultural, al impedir la libre circulación de
artistas, escritores, intelectuales y científicos entre Cuba y Estados
Unidos.
Se trata de un bloqueo no sólo ilegítimo a la luz de los más elevados
valores de la civilización sino profundamente ilegal, diseñado para poner a
Cuba de rodillas provocando hambre, enfermedades y desesperación en la
población. En suma: se reitera la bárbara política de sitiar a una ciudad
indefensa provocando entre sus pobladores toda suerte de privaciones e
infortunios con la esperanza de debilitar su resistencia o precipitar una
insurrección generalizada contra sus legítimas autoridades. Política cruel e
inhumana, si las hay, que el imperio aplica sola y exclusivamente contra
Cuba actualizando su antigua y enfermiza obsesión de querer apoderarse de
esa isla, aún a costa de violar mil veces el derecho internacional y
pisotear las más elevadas normas éticas que definen la convivencia
civilizada de pueblos y naciones.
No existen antecedentes en la historia universal de algo lejanamente
parecido al bloqueo contra Cuba, sostenido por Estados Unidos
ininterrumpidamente a lo largo de 49 años. Nada siquiera remotamente
semejante ha sido aplicado por Washington en contra de numerosos países que,
por una u otra razón, mantienen (o tuvieron) serios diferendos con Estados
Unidos: no lo hizo por obvias razones con la Unión Soviética y con China,
pero tampoco con Vietnam, ni con la Libia de Kadhafi (aún luego de la
voladura del vuelo Pan American 103, en Lockerbee, matando a sus 259
ocupantes y 11 más al caer sobre tierra firme), ni con Corea del Norte, ni
con Irán ni con ningún otro país. Sólo con Cuba, que de dulce sueño colonial
pasó a ser, gracias a la gloriosa gesta emancipadora del 26 de Julio, dolorosa
pesadilla que día y noche agita el sueño de los imperialistas.
Ofuscado por su patológica ambición de apropiarse de una isla irredenta que
considera suya, Estados Unidos incumple la Resolución 63/7, adoptada por la
Asamblea General de las Naciones Unidas el 29 de octubre de 2008, cuando 185
estados miembros votaron a favor del inmediato levantamiento del bloqueo. No
sólo la administración de George W. Bush hizo caso omiso de la recomendación
emitida por la Asamblea General de la ONU sino que su sucesor -¡nada menos
que el actual Premio Nóbel de la Paz!- ha continuado con esa misma política
al mantener en vigor las leyes, disposiciones y prácticas administrativas
que sirven de sustento al bloqueo.
En efecto, nada se ha hecho, o siquiera se ha dicho, en relación a las leyes
de “Comercio con el Enemigo” o de “Asistencia Exterior” que fueron las
primeras piezas de legislación con las cuales se dio inició al bloqueo de
Cuba. O de la “Ley de Administración de las Exportaciones” para ni hablar,
ya que aludíamos a los eufemismos, de la “Ley para la Democracia Cubana”,
más conocida como Ley Torricelli. Esta infame pieza legislativa fue
promulgada por Bush padre en 1992 y gracias a ella Washington fue autorizado
a reforzar las medidas económicas contra la isla, otorgando además sustento
normativo a la extraterritorialidad del bloqueo dado que dicha legislación
prohíbe a compañías subsidiarias norteamericanas radicadas en el exterior
realizar transacciones con Cuba o con nacionales cubanos, y a los barcos de
terceros países que hubieran tocado puertos cubanos entrar a territorio
norteamericano durante los 180 días siguientes, entre varias otras
restricciones.
Párrafo aparte merece la también eufemísticamente denominada “Ley para la
Solidaridad Democrática y la Libertad Cubana”, mejor conocida como la Ley
Helms-Burton. Promulgada por Bill Clinton en Marzo de 1996 tiene por objeto
extender el ámbito extraterritorial del bloqueo y colocar más trabas que
dificulten las inversiones extranjeras en Cuba. La ley limita asimismo las
prerrogativas de la Casa Blanca para suspender esa política al paso que
establece la posibilidad de presentar demandas en los tribunales de Estados
Unidos en contra de los directivos de empresas extranjeras (o sus
familiares) que inviertan en las empresas “confiscadas” por la revolución
cubana.
Con estos antecedentes a la vista, es evidente que el inocente “embargo”
constituye un acto criminal: atendiendo a lo estipulado en el inciso “C” del
artículo II de la “Convención de Ginebra de 1948 para la Prevención y la
Sanción del Delito de Genocidio” el bloqueo califica como un genocidio. Si
además se considera la “Declaración Relativa al Derecho de la Guerra
Marítima” (adoptada por la Conferencia Naval de Londres en 1909) el bloqueo
estadounidense contra Cuba constituye un acto de guerra económica. En
consecuencia: no se trata de un “embargo” sino de un conjunto de
disposiciones y políticas que la legalidad internacional tipifica como
genocidas y criminales.
Por eso la condena al bloqueo es algo que no sólo concierne a los cubanos
sino que preocupa, y mucho, a la comunidad internacional. La pretensión de
otorgarle extraterritorialidad a la legislación norteamericana, tan
prepotente como absurda, es una amenaza a la paz mundial y un vicioso ataque
a la autodeterminación y la soberanía nacionales de pueblos y estados. En
línea con esta política la Casa Blanca ha penalizado a numerosas empresas
norteamericanas y europeas por realizar transacciones comerciales con Cuba.
A raíz de eso, pacientes cubanos o de otros países que son atendidos en los
centros médicos de la isla no pueden acceder a nuevos instrumentos de
diagnóstico, tecnologías y medicamentos porque aún si son producidos (o se
encuentren disponibles) en terceros países las leyes del bloqueo prohíben
que sean vendidos o transferidos a Cuba si sus componentes o programas,
aunque sea en mínima parte, son originarios de los Estados Unidos.
Desde el punto de vista económico el bloqueo ha causado un enorme daño a
Cuba. Cálculos muy conservadores (que subestiman su verdadero impacto)
revelan que en términos del valor actual del dólar su monto ascendería a
algo más de 236 mil millones de dólares. Esta suma es astronómica si se
tiene en cuenta el tamaño de la economía cubana. No sólo eso: también es muy
significativa por sí misma puesto que equivale aproximadamente al doble de
las erogaciones ocasionadas por el Plan Marshall que Estados Unidos
desembolsó para financiar la recuperación de Europa en los años de la
posguerra. Esa cifra no incluye los daños directos ocasionados por los
sabotajes y actos terroristas alentados, organizados y financiados desde los
Estados Unidos. Conociendo los grandes adelantos que la revolución cubana
obtuvo en terrenos como la salud, la cultura y la educación es fácil
imaginar todo lo que podría haber logrado si no hubiera tenido que lidiar
con la tremenda hemorragia económica y financiera generada por el bloqueo.
Pero ese era justamente el objetivo que se había propuesto el imperialismo:
aplicar esa política para demostrar la inviabilidad de una vía no
capitalista de desarrollo y la insanable “ineficiencia” de la planificación
socialista y, de ese modo, provocar toda suerte de padecimientos y
sufrimientos en la población. En sus alucinaciones los estrategas del
imperialismo confiaban en que tales privaciones desencadenarían el tan
ansiado “cambio de régimen” en Cuba. La historia se encargó de refutar tales
expectativas. Esta misma pretensión desestabilizadora e insanablemente
anti-democrática la encontramos en la decisión tomada por el presidente
Richard Nixon la misma noche en que Salvador Allende obtenía la primera
mayoría en las elecciones presidenciales de Chile en 1970: hacer fracasar a
la economía chilena para luego, sobre la frustración y el resentimiento que
esto produciría, crear las condiciones que prepararían el camino hacia el
golpe militar de 1973.
¿Ha cambiado algo desde el advenimiento de Obama a la Casa Blanca? Muy
poco. No se ignora que la nueva administración ha introducido una módica
flexibilización en el bloqueo, pero esas medidas sólo modifican algunos
aspectos marginales que no cambian el fondo de la cuestión. No obstante, se
lanzó una fuerte campaña propagandística tratando de presentar a Obama como
el mentor de una nueva política superadora del nefasto legado de los diez
presidentes norteamericanos que le precedieron. Pero, de hecho, las
innovaciones introducidas se limitaron a lo siguiente:
a) Eliminar las restricciones a las visitas familiares -con un límite
hasta el tercer grado de consanguinidad- de los cubanos residentes en
Estados Unidos.
b) Hacer lo propio con las restricciones al envío de remesas de los
cubano-americanos a sus familiares en Cuba -siempre con un límite hasta el
tercer grado de consanguinidad- y excluyendo a los miembros del Gobierno de
Cuba y del Partido Comunista de Cuba.
c) Ampliar el rango de artículos que pueden ser enviados como regalos.
d) Otorgar licencias para que empresas norteamericanas amplíen
determinadas operaciones de telecomunicaciones con Cuba.
En suma, se trata de iniciativas que si bien reparan en parte una grave
injusticia, al devolver a los cubanos residentes en los Estados Unidos su
derecho de visitar a sus familiares en Cuba -el que les fuera arrebatado por
el gobierno de George W. Bush- son insuficientes y de alcance muy limitado,
puesto que no van más allá de la intención de retornar a la situación
existente en el año 2004, cuando ya el bloqueo económico estaba en pleno
vigor y aplicación.
Por otra parte y a pesar de que se derogan totalmente las limitaciones a la
frecuencia y duración de las visitas arriba mencionadas y de que se
incrementa el límite de gastos diarios en que pueden incurrir los
visitantes, se mantiene la prohibición de viajar a cubanos residentes en los
Estados Unidos que no tengan familiares en Cuba y el insólito atropello al
derecho de los ciudadanos norteamericanos de viajar libremente a Cuba, único
país del mundo al que su gobierno les impide visitar.
¿Qué se puede esperar de Obama? Lamentablemente poco o nada, y no sólo en el
tema del bloqueo sino en las más diversas áreas de las políticas públicas.
La razón, expuesta detalladamente en el libro ya citado, es que el actual
inquilino de la Casa Blanca sólo controla las palancas marginales del
aparato estatal norteamericano. El poder del estado descansa fuertemente en
manos del “gobierno permanente” de Estados Unidos, ese entramado que en su
formato incipiente mereciera la grave advertencia del presidente Dwight
Eisenhower al denunciar, en su discurso de despedida*, el ominoso papel que
ya estaba desempeñando lo que denominara “complejo militar-industrial”. En
nuestros días ese complejo ha crecido de una manera extraordinaria, a un
grado tal que no era siquiera imaginable o pensable hace medio siglo atrás.
No sólo creció en términos de su gravitación cuantitativa; cualitativamente
perfeccionó el grado de articulación entre los diferentes miembros de la
alianza y su capacidad de determinar las políticas públicas no sólo dentro
de Estados Unidos sino, mediante sus aliados, a lo largo y ancho del
imperio En todo caso, las declaraciones del Vice de Obama, Joe Biden, en la
así llamada “Cumbre de líderes progresistas” celebrada en Santiago en Marzo
del 2009 no permite alimentar demasiadas expectativas: en esa ocasión Biden
aseguró que “EEUU mantendrá el bloqueo como herramienta de presión contra
Cuba”. Sus palabras no fueron desmentidas ni por la Casa Blanca ni por el
Departamento de Estado.
Tiene toda la razón el gobierno cubano cuando señala que “el bloqueo viola
el Derecho Internacional. Es contrario a los propósitos y principios de la
Carta de las Naciones Unidas. Constituye una trasgresión al derecho a la
paz, el desarrollo y la seguridad de un Estado soberano. Es, en su esencia
y sus objetivos, un acto de agresión unilateral y una amenaza permanente
contra la estabilidad de un país. Constituye una violación flagrante, masiva
y sistemática de los derechos de todo un pueblo. Viola también los derechos
constitucionales del pueblo norteamericano, al quebrantar su libertad de
viajar a Cuba. Viola, además, los derechos soberanos de muchos otros Estados
por su carácter extraterritorial.”
No sólo Cuba reclama el fin del bloqueo. La abrumadora mayoría de los países
apoyan su petición. Sin embargo, pese a las anunciadas promesas de iniciar
una “nueva política” hacia Cuba y América Latina la administración Obama no
ha dado indicio alguno de pretender levantar el bloqueo. Esto actualiza la
pregunta que el presidente Chávez formulara en al marco de la reciente
Asamblea General de las Naciones Unidas: ¿cuál es el verdadero Obama? ¿El
que dice frases bonitas o el que convalida el golpe de estado en Honduras?
Agregaríamos: ¿el que quiere promover el multilateralismo y refundar sobre
nuevas bases las relaciones de Estados Unidos con América Latina o el que
persiste en sostener el bloqueo a Cuba? Hasta ahora el veredicto de la
historia dice que el segundo. No se descarta que pueda cambiar, aunque cada
vez parece menos probable. El paso del tiempo juega en su contra.
Texto: Elaine Tavares
Texto: Rafael Cuevas Molina - Presidente AUNA-Costa Rica
Texto: Davi Antunes da Luz
Texto: IELA
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