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El conflito estadounidense con los pueblos originários y los latinos

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Por IELA em 10 de maio de 2019

El conflito estadounidense con los pueblos originários y los latinos

Povos indígenas em luta pela água, contra a mineração

Cuando uno escucha las bravatas de Trump acerca de los muros físicos, además de los mentales que tiene contra los que llegan desde la frontera sur, no deja de preguntarse uno ¿a qué le teme tanto, si ya el sudoeste de ese estado ha sido permeado por la recolonización mexicana, o será que otros fantasmas pueblan su mente? Repasemos un poco lo sucedido en la historia:
Veamos lo que pasó en el norte: En la fase inicial del poblamiento anglosajón de la Nueva Inglaterra los colonos se enfrentaron, durante dos siglos, a una presencia francesa con la cual lindaban al oeste y al norte, en lo que hoy sería Canadá; pero al sur de los grandes lagos, del Erie y el Ontario, extendiéndose hasta lo que es hoy el estado de Ohio existía otra nación independiente y bien estructurada con un desarrollo cultural y político promisorio. Se trata de que, en el medio, entre ambas potencias europeas, estaba un vasto territorio indígena ocupado por la “Confederación iroquesa de las siete naciones”. En las refriegas entre franceses e ingleses, que trasladaban al continente americano las disputas europeas entre ambas naciones, casi siempre los iroqueses se aliaron a los franceses. Cuando al fin se produjo la lucha civil dentro del cuerpo colonial anglosajón, los iroqueses les retacearon el apoyo a los angloamericanos porque desconfiaban del trato de ellos hacia las comunidades indígenas. La historia les concedió la razón porque una vez obtenida la independencia aquellos que conocemos como yanquis, pero que ellos se autodenominan WASP, se dedicaron a la eliminación de la nación iroquesa y robarle territorios hasta dejarlos confinados en reservas.
Veamos ahora lo que pasó en el sur:
Andrew Jackson aprovechó las necesidades políticas y económicas de los españoles y les compró La Florida por una bicoca y de paso eliminó la naciente República (bolivariana) de La Florida. A partir de ahí se intensificaron las dificultades que habían tenido previamente los indígenas con los europeos. Los seminolas eran la nación que se había asentado históricamente en La Florida. Este grupo desarrolló una particularidad étnica solidaria que le permitió recoger en su seno a aquellos no indios que fueran perseguidos; así pues, lógicamente los esclavos negros que huían de los estados sureños vecinos, como Georgia, encontraron refugio en sus comunidades y se formó una nación indígena parcialmente zamba. Nada de esto era del agrado de los estadounidenses que concibieron una solución final (eso mismo, al estilo hitleriano).  En 1830 el Indian Remove Act extendía a todos los seminolas la orden de abandonar La Florida (su tierra natal) con rumbo a Oklahoma en el centro de los Estados Unidos. Todos ellos debieron ponerse en marcha hacia ese estado, en largas caravanas, como pudieran, ya fuere a pie, a caballo o en carromatos, limitando el tamaño de sus pertenencias personales a 15 kilos cada uno. Iban escoltados por la caballería del ejército estadounidense, Una gran cantidad de ellos murieron en el camino a causa del hambre, cansancio, frio y enfermedades sobrevenidas. En las tradiciones y cantos nativos que, aun hoy, hablan de ese peregrinaje se le recuerda como “el sendero de las lágrimas”.
Veamos ahora lo que pasó en el Oeste: Cuando el nunca bien citado y ponderado científico y naturalista Alexander Von Humboldt regresaba de su expedición científica en los territorios americanos de la corona española, decidió volver a Europa previa visita a los Estados Unidos; el presidente Jefferson se enteró de que había levantado estudios exhaustivos sobre las riquezas de México y se los solicitó pretextando la necesidad de fomentar los estudios científicos en ese país norteño. Mucho batalló Humboldt para que le devolvieran sus escritos, pero cuando se los regresaron ya habían sido copiados y entregados a los responsables militares de West Point. De ahí se colige que las guerras que vinieron después ya estaban concebidas con gran felonía en las mentes de los expansionistas yanquis.
Las guerras que opusieron a México con los Estados Unidos en una primera fase de resistencia no terminaron con el Tratado de Guadalupe Hidalgo el 2 de febrero de 1848, en realidad esa guerra adquirió otra forma y su escenario se trasladó al territorio conquistado o usurpado, según quiera llamarle el lector; lo anterior fue así porque los derechos de posesión formal de la tierra reconocidos en forma sucesiva por España y México a los pobladores originarios de aquellos territorios, aceptados inicialmente como válidos por los Estados Unidos en aquel tratado, fueron eliminados por el Senado estadounidense. Cosa conocida es que una cosa son los compromisos contraídos en un Tratado, los que actúan como cebo para la lograr la aquiescencia de la parte contraria, y otra es lo que realmente se pone en práctica dada la costumbre del Senado de enmendar lo que ya ha sido firmado (como bien lo sabemos los panameños). En definitiva, que los Estados Unidos no son amarrados por ningún compromiso.
Conocidos son los hechos que van desde 1836 a 1845 en los cuales el territorio de Texas actuó como seudo república para luego ser engullidos dentro de los Estados Unidos conforme a un plan preconcebido; la indignada reacción consiguiente de México; y el lanzamiento de la agresión estadounidense que ya estaba preparada; el triunfo de las armas yanquis y la imposición del Tratado de Guadalupe Hidalgo ya mencionado. Después de fagocitarse medio Estado mexicano los estadounidenses no se saciaron, ya que intentaron repetir la experiencia de Texas y se infiltraron en Sonora y Baja California bajo el mando del aventurero William Walker y trataron de convertir esos estados en repúblicas independientes.
Aquella aventura militar no fue un paseo porque en la batalla de La Angostura Santana aplastó ampliamente a los yanquis, pero inexplicablemente, no los apresó ni desarmó. Algunas cosas se aclaran si se toma en cuenta que mientras unos mexicanos luchaban contra la invasión, en la capital unos señoritos oligarcas apodados por el pueblo “los polkos” (por el baile de salón de moda entonces) aprovecharon para sublevar la capital persiguiendo mezquinos intereses.
Después de la capitulación del Estado mexicano y sus quebrados dirigentes criollos la lucha no cesó sino prosiguió bajo otra forma, ya que la población indígena de los territorios cedidos encabezó una lucha de resistencia en defensa de derechos que ya estaban reconocidos desde la vigencia de la corona española. Esta segunda fase de la lucha de resistencia continuó bajo el protagonismo de los mexicanos indígenas hasta fines de siglo XIX.
Las tribus indígenas resistieron todas ellas con distinta suerte y duración, pero las huestes apaches, encabezadas por Gerónimo, duraron en su resistencia desde 1861 hasta 1886. Es notorio que todos ellos hablaban español y llevaban nombres en ese idioma lo cual da idea de la continuidad de la presencia de una identidad distinta a la anglosajona.
En la actualidad la migración hispana constituye la tercera fase de la resistencia, esta vez larvada pero más efectiva ya que se expresa en forma demográfica. Ella está imponiendo el cambio poblacional en los territorios perdidos.
Pudiera pensarse que el muro de Trump está concebido para impedir la disgregación de sus propios territorios, cosa que podría o no suceder en un futuro, pero también adelantamos que está pensado para contener otra proximidad que crece desde el sur del continente que es la china. En vano, porque los muros no contienen a la vida ni detienen la historia, sino que lo digan Adriano, Trajano, las dinastías chinas, Berlín, o los aun existentes muros del Sahara polisario o los del apartheid israelí en Palestina.
 
 

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