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El pensamiento político de la derecha

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Por Jaime Delgado Rojas em 28 de março de 2023

El pensamiento político de la derecha

Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica

La derecha es aquella corriente de pensamiento que se ha opuesto, desde el siglo XIX, al establecimiento de jornadas máximas de trabajo para el obrero y que ha defendido la esclavitud en sus diferentes formas (desde el Siglo XVI o desde antes). En la actualidad repudia las revaloraciones salariales al igual que la organización de los trabajadores.

El pensamiento filosófico, político y religioso de la derecha está escrito: es una concepción del mundo de la que hay discursos y quehaceres; incluso hay manuales y universidades prestigiosas donde se lo enseña, investiga, reproduce y se entrena a líderes políticos, académicos y religiosos. Pueda que se considere que es muy simple y superficial, pero podría ser más profundo de lo que se cree. Tiene ese discurso, al menos tres elementos sustantivos.

Primero: hay una defensa a ultranza del capitalismo, incluso en su expresión más salvaje. De ahí que sus expositores tengan en su almohada los textos de los clásicos de la economía política y sus nuevas versiones; las de Friedman, von Mises y Hayek, sobre todo y de héroes sacrosantos, como Pinochet, Videla y Somoza. Hacen y dicen con todo su instrumental verbal, apologías del mercado y, por oposición, ataques al Estado: no les gusta el sector público y, sobre todo, no les agrada los impuestos a los grandes capitales. Por ello defienden a los que evaden y eluden: y no persiguen a los que roban en grande y a los corruptos que pasan por dignos “hombres de empresa”. En cuanto pueden, sacan o ayudan a extraer, recursos del estado, directa o indirectamente, para llenar las arcas de amigos y favorecedores: los que, en campaña electoral, en las democracias formales, aportaron su dinero al candidato, para luego recibir a cambio alguna empresa estatal exitosa (pero que se quiebra a propósito para ser malbaratada). Su lema es que el estado no puede intervenir en el mercado, excepto cuando algún banco o empresa privada deba requerir de su mano visible.

Segundo: son abiertamente colonialistas. Me explico, creen en las grandezas de los centros de poder (en los goces de Europa, como dice la canción) y en quienes los dirigen. De ahí que se convierten en los mejores aduladores de los imperios capitalistas y en entusiastas defensores de los inversionistas, no importa la procedencia del capital con que cuenten. La política exterior de la derecha es muy simple: la que los muestra doblando el espinazo, ante el poderoso de la gran urbe capitalista. En este orden de ideas, la producción intelectual tiende a ser clasificada en correspondencia con la mentalidad colonial: si emana de los centros es valiosa y veraz (en libros, investigaciones, productos y servicios); si emana de las periferias, pueda que sea cuestionable (las polémicas por el origen de las vacunas contra el Covid son un buen ejemplo). En esa mentalidad colonializada pecan también algunas izquierdas de nuestro medio que más leen las historias y filosofías que emanan de Europa y Estados Unidos que las realidades e imaginarios que se generan en nuestro entorno. Y aunque no quiero meter el tema de las iglesias fue claro que el dios que nos trajeron siempre estuvo muy por encima del que acá se adoraba. De ahí que la gran catedral llegó a ser construida sobre las ruinas del templo preexistente. En el cristianismo esa práctica ha sido oprobiosa: las iglesias financiadas por el gran capital tienden a desplazar a la pequeña ermita donde asisten los marginados. De esa forma hubo una teología de la prosperidad que enfrentó a una Teología de la Liberación.

Tercero: son claramente patriarcales. No les agrada la idea de que entre géneros haya igualdad de derechos y oportunidades. Piensan y, hasta lo afirman, que las mujeres son buenas empleadas en la medida que piensen poco y ganen menos: en esto hacen uso indiscriminado de chistes y anécdotas machistas. Se las oculta de la historia y si destacan profesional o intelectualmente, dicen que es porque están “detrás de un gran hombre”. Incluso las mujeres que son cultivadas en estos ideales de la derecha repudian la profundización de los derechos de género, juzgan negativamente el derecho al aborto y se sonrojan ante las conquistas del feminismo. De igual forma se comportan con los derechos de los miembros de la comunidad LGTBI. El patriarcado es una expresión de refuerzo de la religiosidad y viceversa.

La derecha es aquella corriente de pensamiento que se ha opuesto, desde el siglo XIX, al establecimiento de jornadas máximas de trabajo para el obrero y que ha defendido la esclavitud en sus diferentes formas (desde el Siglo XVI o desde antes). En la actualidad repudia las revaloraciones salariales al igual que la organización de los trabajadores. En estos ideales se ha ido permeando a las clases subalternas (en particular la clase media de empleados de servicios y los profesionales contratados por el sector privado) y las ha convertido en portadores cómodos de esa ideología, aunque con ella se expresen y defiendan intereses que no les compete, o incluso, que les perjudican directamente; son los pobres defendiendo los intereses de los ricos.

En ese ejercicio intelectual la derecha, así formada intelectualmente, ha apoyado (expresa o implícitamente) la clasificación y diferenciación de los seres humanos que en alguna oportunidad formuló el biólogo Carlos Linneo (Siglo XVIII): los blancos, fornidos, inteligentes e inventores (el sapiens europeus), los coléricos, alegres y testarudos indios americanos, los melancólicos, avaros y severos asiáticos y los negros, flemáticos y negligentes africanos. Han pasado tres siglos y aún encontramos entusiastas de los estudios genealógicos que buscan en las tumbas de los europeos sus raíces ancestrales para exhibirlas en una pared de su casa, como una señal de linaje y superioridad: no faltan los humanos que se sienten herederos directos del Cid Campeador y, desde esa trinchera, repudian a la izquierda. Vale señalar que hay muchos intelectuales de Europa (y Estados Unidos), de diferentes espacios ideológicos (incluso de izquierda) que señalan a los seres humanos periféricos con el índice y los increpan como responsables de su condición marginal.

Esa diferenciación de los humanos, más de panfleto que de realidad, es de la que se ufanan los supremacistas del sur de Estados Unidos y que apoyan al rubiecito de Trump; la misma que envalentona a los sudamericanos de las urbes industriales, contra sus compatriotas herederos de los incas en Bolivia, Perú y Ecuador. Igual que quienes consideran que un poco de color negro, ligado al ritmo afrocaribeño solo es útil en el espectáculo musical, pero no en la participación política. No faltan discursos y gestos (algunos conscientes, otros no tanto) que ocultan o rechazan oprobiosamente el pasado indio, el ancestro esclavo y los rasgos no europeos (del sapiens de Linneo) en la imagen y en la fotografía de nuestra identidad.

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