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Sobre a economia moral como núcleo ideológico de AMLO

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Por IELA em 09 de março de 2020

Sobre a economia moral como núcleo ideológico de AMLO

La representación más común que se tiene de la libertad es la del capricho (…). Cundo se oye decir que la libertad es, sobre todo, poder hacer lo que se quiere, puede ser tomada tal representación como falta absoluta en la formación del pensamiento. (…). El capricho puede ser llamado engaño si pretende ser libertad.”  G. F. Hegel (Filosofía del derecho).
 
 
I.- Corrupción y acumulación originaria del capital.
 
1.- El libro “Hacia una economía moral” [1], se puede considerar como una buena presentación de los principios reguladores que orientan la actividad del Presidente. Y debemos agradecer que los presente por escrito, algo muy poco acostumbrado por sus predecesores u otros políticos de “alto” nivel. El libro, consta de tres capítulos. El primero, se titula “La corrupción, el principal problema de México”. En él se señala que la corrupción es un fenómeno que ha acompañado toda la historia del país, desde la conquista y el periodo colonial que le siguió. Además, en el período neoliberal se ha transformado en el dato central de la vida social del país. Este modelo, “fue diseñado con el único propósito de favorecer a una pequeña minoría de políticos corruptos y delincuentes de cuello blanco que se hacían pasar por hombres de negocios.” (pág. 41). En síntesis, “el modelo neoliberal (…) fue una gran estafa en perjuicio del pueblo y de la nación.” (pág. 41). 
 
2.- Cuando AMLO escribe sobre el papel de la corrupción, de manera casi automática uno piensa en la acumulación originaria del capital (AOK). Por ello, valga recordar lo que esta categoría designa.
La AOK se puede entender como una fase histórica. Esto, en un doble sentido.
 
Primero, a nivel histórico universal [2],  como la fase de génesis del capitalismo. Esta génesis implica la constitución de las relaciones capitalistas de propiedad y, en consecuencia, de las dos clases fundamentales del sistema, burguesía y proletariado [3].  En este proceso, el rasgo clave radica en el papel de la violencia. Como indica Marx, “la violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es, por sí misma, una potencia económica.[4]” Por lo mismo, el rol del Estado, como fuerza concentrada de la violencia, resulta clave en ese doble proceso, de destrucción de lo antiguo (el feudalismo en lo básico) y de fortalecimiento de lo nuevo (el capitalismo). En términos muy gruesos, esta fase cubre los siglos 16 al 18, y se localiza en Europa.
 
Segundo, a nivel histórico particular, de tal o cual o país. En este caso, la regla nos señala que se tratará de países en que el capitalismo nace con gran retraso histórico vis a vis las regiones centrales. Podemos pensar en tales o cuales países africanos o latinoamericanos en torno a los siglos 19 y 20. En México, por ejemplo, la época del porfiriato se aproxima bastante a esta situación. Pero coincide, en la escala universal, con los albores del capitalismo monopólico. Lo cual, desde ya supone –para estos países- una complicación adicional. La de localizarse en la periferia del sistema y operando como una economía dependiente [5].  
 
La AOK también se puede entender como una forma o modalidad peculiar de la acumulación capitalista. En un capitalismo plenamente constituido, tenemos que el capital (o valor que engendra un plus-valor), genera un determinado monto de plusvalía. Por ejemplo, si el capital adelantado es de 100 y la tasa de ganancia de un 20%, se genera una masa de plusvalía igual a 20. Terminada esta fase del proceso nos podemos preguntar cómo se utiliza esa plusvalía. Una parte de ella se aplica a usos improductivos o se transfiere al resto del mundo. Podemos hablar de “drenajes sobre el excedente.” Supongamos que, como parte de la plusvalía, el drenaje (=dre), es de un 30%. O sea, alcanza un nivel de 6.0. Y que las 14 unidades restantes de la plusvalía se usan para ampliar el capital disponible. Aquí, la tasa de acumulación (= ak = acumulación sobre plusvalía) es de un 70% y da lugar a un crecimiento del capital de 14%.  [6]  
 
En el caso de la AOK, el proceso descrito no tiene lugar. Aquí, no se pasa de plusvalía producida al incremento en la masa de capital. ¿Cuál es lo peculiar de este proceso? Aquí, lo peculiar reside en que: i) el incremento en el monto del capital manejado no proviene de plusvalía producida en tal unidad de producción. Se trata de recursos ajenos a la empresa y que son apropiados con cargo a métodos ilegales y violentos.
Valga insistir: la plusvalía es un engendro del capital. Y si la plusvalía se acumula, el capital se acrecienta. En suma, por acumulación se entiende la transformación de la plusvalía (que es un producto del capital) en capital incrementado o adicional [7].  En el caso de la AOK,  el rasgo medular reside en que el capital (nuevo o incrementado) no proviene de la plusvalía producida en la empresa. O sea, es un dinero que sí se acumula, pero que no ha funcionado como plusvalía. En este caso surgen dos preguntas; 1) ¿de dónde de proviene ese dinero? 2) ¿cómo es apropiado?
 
En cuánto a 1), el origen de esos recursos proviene de otros sectores capitalistas y, de manera fundamental, de formas de producción no capitalistas, de corte feudal, de pequeña producción mercantil, de comunidades semi-mercantiles, etc.  
 
En cuanto a 2), el rasgo esencial sería: tal dinero (o recursos), es apropiado con cargo a mecanismos extra-económicos: el robo, el despojo violento y similares. En lo cual, el uso del aparato estatal (gobierno, sistema judicial, etc.) suele jugar un papel central.
 
3.- El mecanismo de la AOK implica que la capacidad de acumulación de las empresas y sectores capitalistas que se benefician del mecanismo, se eleva por encima de lo que determina la plusvalía que generan y del posible financiamiento externo al cual pueden acudir. Esa mayor capacidad de acumulación, a su vez, se debe traducir en mayores ritmos de crecimiento y, por consiguiente, en una elevación más rápida del Ingreso Nacional per-cápita. En suma, la AOK funciona como un mecanismo impulsor del crecimiento. En los casos de Inglaterra (siglos 16-18) y de EEUU (siglo 19), este aserto se ve ampliamente confirmado. En el México posrevolucionario, desde el gobierno de Cárdenas, hasta el de López Portillo, el mecanismo parece haber operado con el mismo signo.
 
No obstante, con el surgimiento del modelo neoliberal, aunque la corrupción se haya incrementado, la tasa de acumulación no se ha elevado (más bien ha descendido) y el ritmo de crecimiento se ha derrumbado. Lo que en este patrón de acumulación podemos observar es: a) se eleva fuertemente la tasa de plusvalía y, por ende, el potencial de reproducción ampliada (plusvalía sobre Ingreso Nacional); b) la tasa de acumulación (acumulación sobre excedente o plusvalía), se reduce abruptamente; c) cae el coeficiente de inversión y cae abruptamente la tasa de crecimiento del Ingreso Nacional. De aquí la situación de cuasi estancamiento que tipifica al comportamiento del producto.
 
La pregunta que emerge es: ¿qué ha sucedido con el incrementado excedente? ¿Por qué no se ha acumulado? ¿En qué se ha utilizado?
En términos formales, si el excedente se eleva y cae la tasa de acumulación, lo que necesariamente debe acompañar a este movimiento sería: i) fuerte aumento de los gastos improductivos; ii) fuerte aumento de los flujos al “resto del mundo”.
 
Así las cosas, nos podemos preguntar: en el caso mexicano del último tiempo, ¿es licito hablar de AOK si en verdad no hay acumulación? A escala macro, parece evidente que la mecánica del despojo con cargo a métodos ilegales y violentos no se ha traducido en una mayor tasa de acumulación. De hecho, ésta cae. Lo mencionado no desconoce procesos que hoy son comunes: el uso del poder político para que tal o cual personero se transforme en capitalista. En la actualidad, parece existir una regla: todo político, si quiere mantenerse como tal, debe a la vez ser capitalista. Con un agregado que no es menor: se trata de capitalistas parásitos, no se involucran en los procesos de producción y se limitan a recoger ganancias [8]. 
 
De lo expuesto podemos inferir: el neoliberalismo, bajo la égida del capital financiero, estimula con fuerza inaudita el aspecto del despojo, robo y violencia de la AOK. A la vez, termina por reprimir y casi eliminar el aspecto acumulación y crecimiento. Nos deja, entonces, en el peor de los mundos posibles. 
 
En este marco valga insistir: liquidar el modelo neoliberal implica tareas políticas mayores: sacar al gran capital financiero de su posición de fuerza dirigente en el bloque de poder. Lo cual, también exige cumplir una tarea económica vital: romper las bases económicas del capital financiero. Traduciendo: se trata de estatizar-nacionalizar a la banca y similares, para que ésta se subordine y sea funcional a una estrategia de desarrollo de nuevo tipo. Si cotejamos esta exigencia con las realidades (económicas y políticas) del presente, es fácil colegir la inmensa distancia que existe entre las exigencias objetivas de un nuevo curso  y las realidades y posibilidades que nos muestra el presente [9].  Y el punto debería estar claro: el factor subjetivo en la 4GT, viene operando con muy serias deficiencias.
 
 
II.-  Sobre el modelo neoliberal.
 
El capítulo II presenta una descripción (que no una interpretación) de conjunto sobre el desempeño del modelo neoliberal. Y resalta el impresionante daño, en prácticamente todos los ámbitos de la vida económica y social, que el modelo ha provocado en el país. En palabras del autor, “si no se hubiese llevado a cabo un cambio de fondo, México se habría seguido hundiendo y estaría casi alcanzando la ingobernabilidad.[10]”  El capítulo, por su sencillez y certera visión panorámica, es muy recomendable para una lectura masiva. Aquí, por razones de espacio, nos limitamos a esta muy breve mención.
 
 
III.- Temas decisivos y polémicos.
1.- Crecimiento y desarrollo.
 
El tema es muy elemental, pero en nuestro autor hay una confusión que se repite con rara terquedad: el de indicar que desarrollo implica mejorar la distribución del ingreso y del nivel de vida de los segmentos más pobres, proceso que sería independiente del crecimiento. En breve, pudiera haber desarrollo sin crecimiento. El dislate es mayor y por ello pasamos a recordar lo más básico [11]. 
 
Se dice que una economía crece si se eleva su PIB (o, más preferentemente, su nivel del PIB per-cápita), durante verbigracia un año. En lo cual, la referencia al período es imprescindible.
 
Por proceso de crecimiento económico, se entiende un crecimiento del PIB por habitante que se extiende a lo largo de un período no corto de años, digamos 8-10 años o más. Se trata aquí, de no confundir saltos circunstanciales y de corto plazo, o fluctuaciones cíclicas, con un proceso efectivo de crecimiento, el cual debería traducirse en cambios económicos significativos: niveles de productividad, niveles de vida, composición del producto, de la ocupación, etc. Cambios que, como regla, resultan irreversibles [12]. 
 
El proceso de crecimiento, como regla, va asociado a cambios en la estructura social: las instituciones que moldean la vida económica, la vida política y la ideológica. Para dar cuenta de los cambios en el sistema social asociados al crecimiento, se suele hablar de desarrollo económico. Por eso, como fórmula rápida, se suele sostener que “desarrollo = crecimiento más cambio social” [13].  Ejemplifiquemos: el crecimiento va asociado a fuertes procesos de industrialización. Lo cual, en los primeros tiempos, exige: i) abundante oferta de fuerza de trabajo, la que debe provenir de las masas campesinas que, expulsadas del agro, llegan a las ciudades en busca de ocupación; ii) que el agro, sea capaz de alimentar a la creciente población urbana. En suma, se necesita de un gran salto en la productividad agropecuaria. Lo cual, hace cortocircuito con las posibilidades de una agricultura en la cual domina el latifundio de corte feudal. De aquí la exigencia: romper con tal tipo de relaciones de propiedad, lo que suele implicar conmociones mayores y que afectan al sistema político, en especial al carácter del Estado. El cual, debe pasar a representar los intereses de la nueva clase capitalista. Cuando este cambio no tiene lugar, los países se mantienen en el atraso y terminan vegetando en la periferia del sistema.  
 
Conviene agregar: la separación de los campesinos de la tierra y su expulsión a las ciudades donde son “tragados” por el capital, provoca descensos en su nivel de vida, alargamiento de la jornada de trabajo, deterioro de la salud, reducción drástica de la esperanza de vida, etc. En breve, un duro tormento para los campesinos que forjan a la naciente clase obrera. La cual, también soporta sacrificios mayores. En la Europa que ya avanzaba por rutas capitalistas, en la primera parte del siglo XIX, “en las grandes ciudades industriales, la longevidad media apenas si sobrepasa los veinte años y basta una mala cosecha para que los más pobres mueran por miles”[14]. 
 
2.- Crecimiento y distribución.
Para nuestros propósitos, el punto más relevante es: sin crecimiento económico, no se pueden resolver los problemas que giran en torno a la pobreza, la mala distribución del ingreso y la informalidad (y marginalidad). Valga ensayar una mínima y muy gruesa aproximación al problema. Primero ensayamos una aproximación simplificada a la mecánica del crecimiento.
 
El crecimiento (rg), lo podemos expresar en términos del coeficiente de inversión neta (in = ΔK/YN). En que YN = Ingreso Nacional = PIB = producto interno bruto. También suponemos que la relación incremental producto a capital (α’ = ΔPIB / ΔK).  Suponemos que el gobierno desea cumplir con lo prometido en materia de crecimiento: 4.0% promedio anual. También suponemos que α’ = 0.20. un valor que es superior al de los últimos años, que ha girado en torno a 0.17-0.16 o hasta menos. Como rg = (in) (α’), podemos reemplazar y tenemos 0.04 = (in) (α’). O sea:  in = (0.04 / 0.20) = 0.20.
 
Como vemos, el esfuerzo de inversión sería muy alto: 20% del PIB. Si sumamos la inversión de reposición (que es del orden del 11%) llegamos a un 31%. Una cifra muy superior a la que ha venido mostrando la economía mexicana en las últimas décadas (del orden del 22-24% sobre el PIB).
Si elevamos la meta de crecimiento al 6.0% y mantenemos el alfa incremental a 0.20 tenemos:  in = (0.06 / 0.20) = 0.30.
 
Sumando la inversión de reposición, llegamos a un coeficiente de inversión bruta del 41%. Esta cifra no es imposible, pero, en las condiciones actuales resulta difícil de alcanzar a corto plazo. Por lo mismo, se deberían investigar las posibilidades de elevar el coeficiente alfa, que hoy es muy bajo. En esta nota, obviamente no lo podemos hacer. Como sea, hay algunos aspectos que pareen decisivos y que conviene mencionar: a) la mitad de la inversión actual, se aplica en sectores improductivos (comercio, finanzas, publicidad, etc.), los que poseen una baja capacidad de arrastre; b) la inversión fija opera con un alto componente importado y su efecto multiplicador es bajísimo; c) los márgenes de capacidad instalada ociosa son elevados, algo que parece consustancial al modelo neoliberal.  
 
El problema también se puede abordar por el lado de la absorción de la población más pobre o marginal. O sea, algo clave en el afán de mejorar la distribución del ingreso.
 
Supongamos que la nueva fuerza de trabajo que se está incorporando al mercado laboral crece al 1.8% (aproximadamente debe ser semejante a la tasa de incremento demográfico de hace 15 años). También suponemos que es completamente absorbida por el sector formal. Si la productividad crece al 2.0% anual, tenemos un crecimiento del PIB del orden del 3.84% anual. Esto, para el sector formal. En consecuencia, si el PIB crece al 4.0% en el año (que ha sido la meta inicial del Gobierno), la absorción de informales (los que explican más del 60% de la ocupación total), sería irrisoria. Y si así son las cosas, tendríamos que los problemas de pobreza y de distribución del ingreso no serían resueltos. De hecho, para empezar a resolver tales problemas, la economía debería crecer por lo menos al 5.5.- 6.0% promedio anual.
 
3.- El problema de la inversión. La inversión pública y su insuficiencia.
La inversión total se puede descomponer, según sus agentes, en inversión del gobierno e inversión privada. Durante el patrón de acumulación que se sustenta en la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), que va desde aproximadamente 1940 (o algo antes) a 1982, podemos observar: a) un alto peso de la inversión del gobierno, respecto al PIB y respecto a la inversión total; b) un muy alto crecimiento de la inversión total; c) altos ritmos de crecimiento del PIB, del orden de un 6% o más.
 
Durante la fase neoliberal (desde fines de 1982 hasta 2018), tenemos: a) cae brutalmente el peso de la inversión pública, respecto al PIB y respecto a la inversión total [15];  b) la inversión total empieza a crecer con gran lentitud, acompasándose al crecimiento del PIB;  c) el crecimiento del PIB [16] se desploma a una tercera parte, girando en torno a un 2.0-2.2% promedio anual.
 
En términos generales, la experiencia mexicana confirma lo encontrado en otros países: a) el aumento de la inversión pública, suele ir asociado a un aumento de la inversión privada: la estimula y, al revés de lo que postula la ideología neoliberal, no la recorta; b) tal dinámica compartida, desemboca en mayores ritmos de crecimiento. 
 
¿Qué pasa hoy cuando el gobierno de AMLO empieza su segundo año? La inversión privada ha caído y la pública aún más. Luego, el PIB per-cápita cayó. Que la inversión privada descendiera era algo previsible: el nuevo gobierno le causaba alguna o mucha preocupación al gran capital. Y si bien el gobierno le ha dado muestras serias de respeto, siguen alegando, apoyados por el FMI y otras agencias que responden al gran capital, por la “seguridad y la certeza”. De fondo, tratan de borrar todo intento de cambios sustantivos por parte del gobierno. O sea, buscan preservar al cien por cien el esquema neoliberal. Y también es muy claro: si el gobierno cede, la 4GT se derrumba.
 
¿Qué debería hacer el gobierno? Si nos limitamos al espacio de la economía, lo medular sería: 1) salir del estancamiento y lograr altos ritmos de crecimiento; 2) para ello, impulsar vigorosamente a la inversión; 3) en un primer momento debe hacerlo empujando fuertemente a la inversión pública, por lo menos en 5 puntos porcentuales del PIB; 4) para ello, debe elevar la carga tributaria, hoy escandalosamente baja. De este modo, financiar un “fondo para la inversión productiva y el crecimiento”.
 
Si tal sucede, a la larga la inversión privada respondería plegándose al auge. Recordemos: en países como México, la inversión privada en alto grado es inducida por una demanda previamente existente: opera el principio del acelerador[17]  : si hay una demanda fuerte y dinámica ya existente, sería muy idiota el capitalista que no la aprovechara. Máxime si no hay un gobierno que pretenda expropiarlos y estatizar a la empresa. Ciertamente, tales medidas deben ir acompañadas de otras que les sean complementarias y funcionales. Por ejemplo, regular las tasas de interés y la política cambiaria, regular aranceles, etc. Estos cambios no son menores y plantean tareas complejas, especialmente en el ámbito de la correlación política de fuerzas. En el siguiente numeral retomamos este punto.  
 
4.- Subjetivismo y autonomización de variables dependientes.
En el libro y sobremanera en el capítulo III, resalta un rasgo siempre presente en el corpus ideológico que maneja AMLO. Nos referimos al papel central que le otorga a los “valores morales”.
 
Citemos: a) “hemos decidido convertir la honestidad y la fraternidad en forma de vida y de gobierno” (pág. 64); b) “el paradigma que estamos construyendo se basa en la convicción de que es más fuerte la generosidad que el egoísmo, más poderosa la empatía que el odio, más eficiente la colaboración que la competencia, más constructiva la libertad que la prohibición y más fructífera la confianza que la desconfianza” (pág. 94); c) “es urgente revertir el actual predominio del individualismo por sobre los principios que alientan a hacer el bien en pro de los demás (…). Debemos convencer de la necesidad de impulsar cambios éticos para transformar a México. Sólo así podremos hacer frente a la mancha negra del individualismo, la codicia y el odio que nos ha llevado a la degradación progresiva como sociedad y como nación. Quienes piensan que este asunto no corresponde a la política olvidan que la meta última de la política es lograr el amor y hacer el bien, porque en ello radica la verdadera felicidad” (pág. 175).
 
La prédica moral de AMLO es sorprendente. Y debería estar claro que su concreción obligaría a romper de cuajo no sólo con el capitalismo neoliberal sino con cualquier tipo de capitalismo. Algo que, obviamente, escapa del todo a su proyecto económico y político, a corto y a largo plazo [18].  Y si así son las cosas, estamos ante una prédica (que recuerda a los párrocos de aldea) impotente y engañosa. En el plano teórico (o epistemológico), tenemos que se invierte el poder de determinación de las variables involucradas:  se “infla” a las variables ideológicas (el espacio de la conciencia social) y se “desinfla” a las que reflejan el fundamento socio-económico del sistema. Entre la super-estructura ideológica y la base económica, de seguro hay interacción. Pero el aspecto dominante está claramente localizado al nivel de la estructura económica. Supongamos que, por arte de magia, un sector de capitalistas reniega del D-M-D’ y se pliega al “credo” de AMLO. Al poco andar, todos ellos estarían quebrados y –si tienen buena suerte- con rumbo a los santos cielos.
 
Conviene detenerse algo en el problema involucrado. En AMLO, en términos más bien espontáneos que pensados, los valores que esgrime tienden a operar (en términos implícitos) como factores determinantes de la actividad social. Además, pareciera que supone que se pueden implantar a través de las prédicas morales. En términos muy gruesos tendríamos: 1) la prédica moral en cuanto tal (ajena a coacciones políticas y físicas), es capaz de convencer a otros y, al cabo, a las grandes mayorías; 2) teniendo esto lugar, se puede provocar un cambio social mayor. O sea, se transforman las normas o pautas sociales que regulan la actividad de los humanos; 3) los intereses sociales contrapuestos, socialmente determinados, desaparecen en este análisis.
 
Tales hipótesis –en AMLO más bien implícitas- resultan muy discutibles. El grueso de antropólogos y sociólogos apuntan a la existencia de una relación inversa entre el sistema social (conjunto de normas o pares de status-roles que regulan la actividad social) y el sistema de valores. Entendido éste como el conjunto de creencias que designan lo que se debe considerar como bueno (correcto, valioso, digno de elogio) y lo que se debe considerar como malo (incorrecto, rechazable, inmoral). Aquí los valores dominantes funcionan como un factor que tiende a fortalecer el sistema social vigente. Ello, pues enaltecen y premian a las conductas (roles) que determina el sistema social y, a la vez, reprueban y castigan a las conductas “desviadas”. O sea, a las que se sitúan fuera del sistema social vigente y lo pueden llegar a debilitar, incluso a desintegrar.
 
En este momento, se debe introducir el fenómeno de la existencia de intereses sociales objetivamente contrapuestos. Algo que es típico de las
sociedades clasistas y, muy especialmente, en el caso del capitalismo, donde lo que es bueno para los capitalistas, no lo es para la clase trabajadora. Así las cosas, podemos deducir que el sistema de valores no es socialmente neutral. Al fortalecer el sistema social vigente, favorece a la clase económica y políticamente dominante. A la vez, perjudica a la clase subordinada. Se puede entonces esperar que, por el lado de la clase subordinada, surjan críticas al sistema de valores dominante y, a la vez, que empiecen a emerger valores contrapuestos al régimen vigente. Por ejemplo, la ideología congruente con los intereses de la clase dominante insistirá en que el Estado representa “el bien común” y que es valioso aceptar y apoyar su actuación. Por el contrario, la clase subordinada (por lo menos una parte de ella, la que “se rebela”) rechazará esa noción, sostendrá que el Estado no es neutral, que defiende los intereses de la clase dominante y que lo correcto es oponerse a su acción. Tenemos entonces: del   reconocimiento de que existen intereses contrapuestos, se generarán patrones culturales divergentes. Es decir, códigos morales dispares y en conflicto. Para la clase económica y políticamente dominante, lo que interesa es que, en el plano de los valores, también sea dominante. Pero ya no podrá lograr la unanimidad social. Con todo, siempre mantendrá la pretensión de presentar sus intereses y valores particulares como si fueran universales y representativos de un pseudo “bien común”. Y en la medida que esta postura sea dominante, incidiendo por tanto en los valores de la clase subordinada, se sostiene que la clase dominante opera con un poder hegemónico. La hegemonía, entonces, no supone una estricta unidad. Pero sí dominación de los de arriba en contra de los de abajo. Luego, si se borra la concreta dimensión clasista de la moral social dominante, de hecho, se estará contribuyendo a preservar el poder hegemónico de los de arriba [19].   
 
El problema subyacente no es menor: nuestro autor no maneja una teoría de la sociedad (y de su dinámica) que sea pertinente. Esto se manifiesta en sus libros sobre diversos aspectos de la historia mexicana y en el que nos preocupa. Aquí, por ejemplo, cita el discurso de Engels en el entierro de Marx. Y lo que es un intento de sintetizar en muy pocas líneas la  teoría socio-histórica de Marx (a veces se habla de “materialismo histórico”), AMLO lo interpreta, muy burdamente, como un alegato en favor de satisfacer las necesidades básicas (“materiales”) del ser humano [20].  Del mismo modo su conceptualización del Estado y de la política, resulta muy alejada y contrapuesta a los fenómenos reales. En su texto, las luchas de clases y el carácter clasista de todo Estado, parecen fenómenos extraterrestres, deformaciones temporales productos de “la maldad”. Por ejemplo, en el libro podemos leer que “el fin último de un Estado es crear la condiciones para que la gente pueda construir su felicidad” (pág. 103). Si nos limitamos a la historia del México independiente, encontramos que la mayor parte del tiempo el Estado efectivo buscó la felicidad de una delgada minoría a cambio de la infelicidad de la mayoría. Y sólo en algunos momentos de la revolución buscó la felicidad de la mayoría, pero no de todos. Señaladamente, actuó contra el latifundio tradicional. En suma, la experiencia factual nos indica muy claramente que el Estado no es neutral: representa intereses particulares. Los que, como regla, distan de ser mayoritarios.
 
En general, el paquete moral que presenta AMLO, tiene poco o ningún referente real. O sea, se apoya en una visión distorsionada de la realidad, deformación que viene determinada por intereses de clase tales o cuales, conexión que –como regla- nunca se explicita. Más bien, se trata de ocultarla, lo que suele ser condición de su eficacia política [21]. 
 
Digamos también que, pensando en un nivel muy general y abstracto, se puede sostener que, eventualmente, un paquete moral hoy inexistente, sí pudiera llegar a serlo. Pero lo será siempre y cuando se transformen las bases objetivas y estructurales del sistema. Y que estas bases, para funcionar, reclamen tal configuración de la llamada moral. Algunos (no todos) de los elementos que enarbola AMLO pudieran sobrevivir con una nueva base. Pero esta base está a años luz de lo que impulsa AMLO. 
 
En tal constructo, ¿cuál pudiera ser el interés de clase que impulsa tal corpus ideológico? En principio, serían los de la burguesía mediana y pequeña, la que trabaja para el mercado interno. ¿Y cuál sería el cambio a impulsar? La destrucción del modelo neoliberal y su reemplazo por un capitalismo democrático, nacionalista y con gran apoyo popular [22].  Si este proyecto tuviera éxito, del paquete moral probablemente sólo quedaría la anti-corrupción. Lo demás, sólo valdría un cacahuate. Cuando más, para hipócritas discursos de ocasión. 
 
Valga también agregar: el éxito del proyecto anti-neoliberal en alto grado dependerá de la existencia de un movimiento popular (obrero, en especial) sólidamente organizado y con clara conciencia de sus intereses. Algo que en el México de hoy (2020) parece no existir.
El nuevo Gobierno, lleva ya un año y dos meses. ¿Qué podemos observar en el plano económico?
a) En cuanto a la política fiscal, por el lado de los ingresos ni en su nivel ni en su composición hay cambios sustantivos. Por el lado del gasto, cae la inversión pública y sube el gasto social (subsidios y similares). Se preserva férreamente el equilibrio de las finanzas públicas [23]. 
b) Las políticas monetarias y cambiarias siguen sin cambios.
c) Las políticas de relacionamiento externo (de mercancías y de capitales) se mantienen y con el TMEC, se acentuarán. ¿Cómo combinar este aperturismo irrestricto y neoliberal con las declaraciones que hablan de “impulsar el mercado interno” [24]? 
 d) En políticas salariales destaca el aumento del salario mínimo.
e) En el decisivo campo de las políticas industriales, tampoco se observan iniciativas importantes. Más bien, hay un silencio cada vez mayor sobre el tema, el que obviamente está muy ligado a la capacidad para generar un muy fuerte impulso a las inversiones productivas.
En términos muy generales se podría decir: a) en lo básico, se mantienen las políticas económicas neoliberales; b) se busca mejorar la situación de los más pobres con cargo a políticas asistenciales y no por la vía de crear ocupaciones productivas bien remuneradas. Lo cual, insistamos, exige un fuerte esfuerzo de inversión, lo que no se ha dado. De hecho, la inversión se cae.
 
El panorama que así se perfila es quizá sorprendente: al modelo neoliberal que se preserva en lo básico, se le agregan políticas redistributivas de corte asistencial. Las cuales, evitan romper con el esquema neoliberal. En suma, nos topamos con una gruesa contradicción (o simple demagogia): mientras casi todos los días se habla contra el flagelo neoliberal, en los hechos se dejan intocadas las bases estructurales del sistema.
 
En este marco, conviene insistir en las implicaciones de lo indicado. La 4GT, por lo menos hasta hoy, no es capaz de romper con los fundamentos del neoliberalismo. A la vez, se insiste en llevar adelante las políticas de subsidios y transferencias en favor de los más pobres. Estas políticas redistributivas vía subsidios, no provocan el cambio estructural necesario, pero sí terminan por entorpecer incluso al modus operandi neoliberal. Asimismo, como la inversión productiva no se expande, se acaba en el peor de los mundos posibles: no se destruyen los fundamentos del neoliberalismo y la insistencia en políticas redistributivas asistenciales (que se acercan peligrosamente a la “limosna estatal”) que no afectan a las bases del sistema, desemboca en tasas de crecimiento cercanas a cero, las que incluso se quedan por debajo de la media histórica neoliberal [25].  Al cabo, el intento de cambiar el espacio de la distribución sin alterar los basamentos del régimen de producción, debería desembocar en el colapso del proyecto.
 
Tal opción no es fatal. No lo será siempre y cuando se desarrolle un movimiento político popular (obreros, capas medias urbanas, campesinos, etc.) sólido y activo. Lo cual significa que opere una organización política eficaz asociada a una conciencia política de clase clarividente [26].  O sea, pasar del apoyo o simpatía espontánea, a la fuerza social sólida, auto crítica y consciente [27].  Algo que no es fácil, pero tampoco imposible.
En lo examinado, no se debe olvidar que toda transformación importante no resulta sencilla, especialmente en sus inicios. Es decir, opera un “período de aprendizaje” que pudiera explicar al menos una parte de las omisiones y defectos que se vienen visualizando.
 
IV.- Sobre el problema político subyacente: una correlación de fuerzas que no es suficiente para impulsar el cambio necesario [28]. 
 
En este punto se debe por lo menos aludir al gran poder que mantiene la derecha mexicana.
 
Una obvia prueba de ello es el real temor del gobierno para discutir y plantear (mucho menos pasar a su ejecución) acciones que ataquen al corazón del patrón neoliberal. Incluso medid

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